Guerra fría abierta: 1945-1989 (1991)Desde el punto de vista cronológico, este período abarca gran parte de la segunda mitad del siglo XX, teniendo como punto




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GUERRA FRÍA ABIERTA: 1945-1989 (1991)Desde el punto de vista cronológico, este período abarca gran parte de la segunda mitad del siglo XX, teniendo como punto de partida el final de la Segunda Guerra Mundial y como etapa culminante la desintegración de la Unión Soviética entre los años 1989 y 1991. Para el historiador británico Eric Hobsbawm “este período en su conjunto siguió un patrón único marcado por la peculiar situación internacional que lo dominó hasta la caída de la URSS: el enfrentamiento constante de las dos superpotencias surgidas de la Segunda Guerra Mundial, la denominada Guerra Fría”.[1]

Respecto de la fecha de inicio de este período, algunos autores consideran que ya en las últimas conferencias sostenidas por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial en el año 1945, es posible evidenciar los síntomas de la inevitable ruptura entre los aliados.[2] No obstante, como señala Juan Pereira, es en el año 1946 cuando comienza a trazarse el camino hacia la Guerra Fría, la cual tiene su punto de partida en 1947 con la aplicación de la Doctrina Truman. El distanciamiento y las infranqueables diferencias entre los mundos liderados por Estados Unidos y la Unión Soviética fueron quedando en evidencia a partir de una serie de discursos y otro tipo de documentos en los que ambas partes fueron manifestando sus percepciones acerca del otro y también delineando las directrices en que se fundamentaría su política exterior.

En este contexto se enmarcan los documentos que se analizan a continuación. A través de George Kennan y Wiston Churchill conoceremos la perspectiva occidental acerca del nuevo escenario que surge tras la Segunda Guerra Mundial, mientras que a partir de los discursos de José Stalin conoceremos las percepciones soviéticas.

1946: EL CAMINO HACIA LA GUERRA FRÍA

A partir de los siguientes documentos podremos constatar, que en el período inmediatamente posterior al término de la Segunda Guerra Mundial, se va produciendo el quiebre de la alianza entre los soviéticos y los países occidentales. A través de estos escritos se van perfilando las posiciones que cada uno de los bandos adoptó en el período de la posguerra.

Documentos que se analizan en el presente apartado:

1. Discurso de Stalin: “Nuevo Plan Quinquenal para Rusia”. 9 de febrero de 1946
2. Telegrama de George Kennan: El “Telegrama Largo”. Febrero de 1946 
3. Discurso de Wiston Churchill en Fulton: El “Telón de Hierro”. 5 de marzo de 1946
4. Respuesta de Stalin al Discurso de Churchill. 13 de marzo de 1946

Como se constatará a partir de los siguientes documentos, 1946 es el año en que comienza a quedar en evidencia la separación del mundo en dos bloques, o como diría Henry Kissinger, el sueño de Roosevelt de un mundo gobernado en armonía por las Grandes potencias, comienza a resquebrajarse.[3] En febrero de 1946, Stalin pronunció un duro discurso en Moscú en el que no dudó en afirmar que el capitalismo y el comunismo eran “incompatibles” y que la URSS debía prepararse para un período de rearme, ya que según su análisis la próxima guerra era inevitable. Dos semanas después, George Kennan, experto en asuntos soviéticos del Departamento de Estado norteamericano, envió un telegrama a Washington. Este telegrama de dieciséis páginas contenía su análisis respecto de las verdaderas intenciones de la Unión Soviética: “La URSS era un estado irrevocablemente hostil a Occidente que continuaría con su política expansionista”. El 5 de marzo del mismo año, Wiston Churchill visitó los EE.UU. y pronunció un célebre discurso en la universidad de Fulton, en el estado de Missouri. En su discurso, Churchill consagró la expresión “telón de hierro” para referirse a la frontera que separaba a la Europa dominada por el ejército soviético de la Europa dominada por los países occidentales. Por su parte, Stalin no tardó en responder al discurso de Churchill, comparándole con Hitler y advirtiendo que ante una próxima guerra, los países en nombre de los cuales hablaba (Gran Bretaña y Estaos Unidos), correrían la misma suerte que los nazis.
En definitiva, el año 1946 supuso el fin del entendimiento entre los aliados y esto se puso en evidencia a partir de diversas declaraciones por parte de ambos bandos. A continuación se analizan fragmentos significativos de los documentos mencionados.

Documento 1: Discurso de Iósif Stalin. 9 de febrero 1946.

Extracto:

(…) Ocho años han pasado desde las anteriores elecciones al Soviet Supremo. Éste fue un período repleto con eventos de decisiva naturaleza. Cinco años fueron de intenso trabajo en cumpliendo del Tercer Plan Quinquenal. Seis años cobijaron eventos de guerra contra alemán y Japoneses agresores… Indudablemente, la guerra fue el principal evento durante este período.“Ahora, la victoria significa ante todo, que nuestro sistema social soviético ha ganado; que el sistema social ha pasado la prueba de fuego de la guerra y ha probado su completa vitalidad (…). El sistema social soviético ha demostrado ser más capaz de vivir y ser más estable que un sistema social no soviético (…). El sistema social soviético es una forma mejor de la organización de la sociedad que ningún sistema social no soviético.

(…) Nuestros marxistas declaran que el sistema capitalista de economía mundial entraña elementos de crisis y de guerra; que el desarrollo del capitalismo mundial no sigue un camino firme y uniforme hacia delante, sino que procede mediante crisis y catástrofes. El desigual desarrollo de los países capitalistas conduce, con el tiempo, a grandes disturbios en sus relaciones, y los grupos de países que se consideran inadecuadamente provistos de materias primas y mercados de exportación suelen tratar de modificar esta situación y de cambiar su posición mediante la fuerza armada”

Si nosotros proporcionamos a nuestros sabios la ayuda necesaria, sabrán no solo alcanzar, sino también adelantar, en un próximo futuro, los resultados logrados por la ciencia, más allá de las fronteras de nuestro país”

Nuestro Partido se propone la organización de un nuevo salto adelante de la economía nacional que nos permitirá, por ejemplo, triplicar nuestra capacidad industrial en comparación con el nivel de antes de la guerra”
“La tarea es duplicar la producción de hierro colado, multiplicar por 15 la producción de acero, cuadriplicar la producción petrolera… solo en estas condiciones quedará nuestro país asegurado contra toda eventualidad. Tal vez esto requiera de tres nuevos planes quinquenales, si es que más. Pero se puede hacer y debemos hacerlo”


Fuente: De Folleto Colección, J. Stalin, Discursos Entregaron a Reuniones de Electores De Stalin Electoral District, Moscú, Extranjero Idiomas Editorial, Moscú, 1950, Pp. 19-44.

Análisis del Documento

El autor del documento:

José Stalin, (1879-1953). Máximo dirigente de la URSS tras la muerte de Lenin. Miembro destacado del Parido Bolchevique desde su juventud, desempeñó puestos importantes a partir de la Revolución de Octubre de 1917. Ocupó la Secretaría General del Partido en 1922. después de la muerte de Lenin en 1924, eliminó a sus adversarios, logrando un poder indiscutido que le permitió instaurar una férrea dictadura personal hasta 1953.

Destinatarios, lugar y fecha:

Con ocasión de la elección del Sioviet Supremo, Stalin habló el 9 de febrero de 1946 en el teatro Bolshói, uno de los monumentos más famosos de Rusia desde su reconstrucción en 1854. Las 4.000 localidades estaban ocupadas por un público de miembros del Partido, oficiales del ejército y funcionarios.

Como señala, Kissinger, el contexto en que Stalin pronunció el discurso era el siguiente: los ministros de asuntos exteriores de la Alianza aún se reunían regularmente y las tropas norteamericanas se estaban retirando a toda prisa de Europa.[1]

Contenido del documento:

Ante la inevitabilidad de la guerra que se produciría por causa del choque de los intereses capitalistas, era necesario que la URSS se preparara para ello, promoviendo la industria pesada y la colectivización de la agricultura. A través del discurso Stalin demuestra el endurecimiento ideológico, y por los observadores será percibido como el toque de la alarma de la guerra.[2] Al describir las causas de la guerra, Stalin afirmó que ésta no había sido causada por Hitler, sino por el funcionamiento del sistema capitalista. Con esto seguía sosteniendo que un mal intrínseco del capitalismo son las fuerzas agresivas que conducen a las inevitables guerras. Tarde o temprano sería inevitable un nuevo conflicto, y lo que la Unión Soviética estaba experimentando era un armisticio y no una verdadera paz, la guerra civil capitalista era inevitable. Ante eso lo único que quedaba a la Unión Soviética era fortificarse.[3]

En su análisis del conflicto que acababa de terminar, Stalin no dedicó ninguna expresión de gratitud a los demás aliados, ni a la Gran Bretaña ni a los Estados Unidos. No sólo no fueron mencionados los aliados sino que Stalin evitó cuidadosamente cualquier comentario susceptible de sugerir que existieran. Al comienzo del discurso Stalin explicó que la última guerra estalló “como resultado ineluctable del desarrollo de las fuerzas económicas y políticas mundiales sobre la base del moderno capitalismo monopolista”, puesto que, al fin y al cabo, “el desarrollo del capitalismo mundial no se produce como un avance continuo y tranquilo, sino a través de las crisis y de la guerra”.
La primera consecuencia del reciente conflicto era que demostraba que el sistema social soviético podía prevalecer. La guerra no sólo había demostrado que el sistema soviético era “una forma de organización perfectamente viable y estable”, sino también que era “una forma de organización superior a todas las demás”. Prosiguiendo con estas ideas, Stalin afirmó: “nuestra victoria demuestra que nuestro Estado soviético ha vencido, que nuestro Estado multinacional soviético ha resistido todas las pruebas de la guerra y ha demostrado su viabilidad”
Lo tercero que demostraba la victoria, prosiguió Stalin, era que el Ejército Rojo, cuya capacidad había sido puesta por muchos en tela de juicio cinco años atrás, había superado las adversidades de la guerra. La guerra había barrido todas aquellas dudas “injustificadas” y “ridículas”: ahora sería “imposible dejar de admitir que el Ejército Rojo era un ejército de primera clase, de cuyos éxitos se podía aprender mucho”.

En lo tocante al desarrollo económico, Stalin prosiguió diciendo que “Nuestro Partido se propone la organización de un nuevo salto adelante de la economía nacional que nos permitirá, por ejemplo, triplicar nuestra capacidad industrial en comparación con el nivel de antes de la guerra”; y ahí llegó la frase clave de todo el discurso: “Sólo en estas condiciones podemos considerar asegurado nuestro país contra cualquier eventualidad, aunque ello exigirá quizá tres nuevos Planes Quiquenales, o quizá más”. Con el discurso Stalin estaba restableciendo una política de confrontación con Occidente. Por muchos observadores fue percibido como “el toque de alarma de Guerra”.[4]


El Telegrama Largo. G. Kennan

La política soviética se ha orientado siempre hacia un fin último que es la revolución mundial y la dominación del mundo por los comunistas. La política soviética no ha cambiado nunca a este respecto y, por tanto, es posible prever que no cambiará en el futuro (...). Las vituperaciones de los hombres de Estado y de la prensa soviéticas contra el imperialismo, la agresión, la iniciación de la guerra, la injerencia en los asuntos internos y todas las pretendidas tentativas de dominación del mundo, son tan fiel reflejo de las costumbres, procedimientos y propósitos de la Unión Soviética que a veces nos preguntamos por qué Moscú tiene tanto empeño en llamar la atención sobre ello.
La táctica soviética a menudo ha sido modificada en el curso de los últimos veinte años, pero cuanto más se estudian las declaraciones y la política de la URSS, más nos damos cuenta hasta qué punto los principios de base del leninismo-stalinismo son intangibles y hasta qué punto son opuestos a los objetivos, los deseos y las vías de la democracia occidental. Se advertirá al leer las declaraciones realizadas desde hace dos decenios por los jefes y los portavoces del régimen en las reuniones del Partido que no hay una solución de continuidad en el pensamiento soviético, y la consigna que se mantiene siempre es: la hostilidad fundamental a la democracia occidental, al capitalismo, al liberalismo, a la socialdemocracia y a todos los grupos y elementos que no estén completamente sometidos al Kremlin. Este propósito inmutable fue subrayado por Stalin en el discurso que pronunció en 1927 con ocasión del décimo aniversario de la revolución. La Unión Soviética, dijo, debía convertirse en «el prototipo de amalgama futura de los trabajadores de todos los países en una sola economía mundial».
En 1927, igualmente, Stalin declaró a una delegación obrera americana: «En el curso del desarrollo futuro de la revolución internacional, se formarán dos centros mundiales: el centro socialista, que atraerá hacia él a todos los países que graviten en torno al socialismo, y el centro capitalista, que atraerá hacia él a todos los países que graviten en torno al capitalismo. La lucha librada entre estos dos centros por la conquista de la economía mundial decidirá la suerte del capitalismo y del socialismo en el mundo entero» (...)
Al final de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno soviético se encontraba en una encrucijada. No sólo la Unión Soviética había adquirido el respeto y ya no solo el temor como potencia, sino que además se aceptaba la legitimidad de su régimen. Casi por todas partes en el mundo se estaba dispuesto a dar pruebas de toda la buena voluntad posible hacia ella. La Unión Soviética muy bien podría haber continuado viviendo en paz satisfecha de las conquistas y de las victorias logradas durante la guerra y de las cuales debía gran parte a sus reconocidos y confiados aliados. Si hubiera querido dar muestra de un espíritu de cooperación actuando honestamente en el juego internacional, estos beneficios no habrían sido inferiores a aquellos que había obtenido en definitiva y los habrían logrado con mucha más seguridad en un mundo relativamente en calma y pacífico
".


George Kennan: Los orígenes del comportamiento soviético. julio de 1947

"La personalidad política de la potencia soviética, tal y como hoy la conocemos, es el producto de las circunstancias y de la ideología: una ideología heredada por los líderes soviéticos actuales del movimiento que constituyó su origen político y unas circunstancias del poder que ya llevan ejerciendo en Rusia casi tres décadas (...)

Actualmente, la circunstancia sobresaliente en el régimen soviético es que hasta el día de hoy este proceso de consolidación política nunca ha sido completado y que los hombres del Kremlin han seguido estando predominantemente absortos en una lucha por asegurar y hacer absoluto el poder que usurparon en noviembre de 1917. Han seguido asegurándolo fundamentalmente contra fuerzas dentro del país, dentro de la sociedad soviética misma. Pero también se han esforzado en asegurarlo contra el mundo exterior. Porque, como hemos visto, la ideología les enseñó que el mundo exterior era hostil y que eventualmente su deber era el de derrocar las fuerzas políticas más allá de sus fronteras. (...)

De la misma manera se ha puesto mucho énfasis en la tesis original comunista de un básico antagonismo entre el mundo capitalista y socialista. Está claro, como nos lo señalan muchos indicios, que este énfasis no está fundado en la realidad. Los hechos reales relativos a ellos han sido confundidos con la existencia en el extranjero de un auténtico resentimiento provocado por la filosofía y tácticas soviéticas, y ocasionalmente con la existencia de grandes centros de poder militar, como fueron el régimen nazi en Alemania y el gobierno japonés de finales de los treinta, quienes albergaban intenciones agresivas contra la Unión Soviética. Pero hay evidencias abundantes de que la importancia que Moscú da a la amenaza a la que la sociedad soviética está sometida por el mundo exterior está fundada no sobre las realidades de un antagonismo internacional, sino en la necesidad de explicar el mantenimiento de una autoridad dictatorial en el país.

Ahora bien, la perpetuación de este esquema de poder soviético, a saber: la búsqueda de una autoridad sin límites en el ámbito interno, acompañado por el cultivo de un cuasimito de una implacable hostilidad extranjera, ha influido mucho a la hora de modelar la actual maquinaria del poder soviético tal y como hoy la conocemos.

(...)

Esto es todo lo que podemos decir, en lo que a antecedentes históricos se refiere. Pero ¿qué papel juega en la personalidad política del poder soviético que hoy conocemos?

De la ideología originaria nada ha sido oficialmente abandonado (...)

El primero de estos conceptos es el del innato antagonismo entre capitalismo y socialismo (...) Invariablemente debe asumirse en Moscú que los objetivos del mundo capitalista son antagónicos con los del régimen soviético y, por lo tanto, a los intereses de los pueblos que controla (...)

Básicamente, el antagonismo subsiste, es necesario y de él derivan muchos de los fenómenos que vemos como desestabilizadores en la conducta del Kremlin en política exterior. El secretismo, la falta de franqueza, la duplicidad, la cautelosa desconfianza y la básica enemistad de propósito. Estos fenómenos están llamados a permanecer en el futuro previsible (...)

Esto quiere decir que vamos a seguir encontrando que es difícil negociar con los soviéticos (...)

Esto nos lleva al segundo de los conceptos importantes en la perspectiva soviética contemporánea, esto es, la infalibilidad del Kremlin. El concepto soviético de poder, que no permite ningún centro de posible organización fuera del partido, requiere que los dirigentes del partido sean, en teoría, los únicos depositarios de la verdad (...)

Sobre el principio de infalibilidad descansa la disciplina férrea del Partido Comunista. De hecho, los dos conceptos se apoyan mutuamente. La disciplina perfecta requiere el reconocimiento de la infalibilidad, ésta requiere la observancia de la disciplina (...) pero su efecto no puede ser comprendido sin tener en cuenta un tercer factor; es decir, el hecho de que la clase dirigente tiene libertad para plantear, por motivos tácticos, cualquier tesis concreta que considere útil a la causa en un momento dado y para pedir a los miembros del movimiento, considerados como un todo, que acepten sin discusiones y fielmente la nueva tesis. Esto significa que la verdad no es una constante, sino que es creada para todas las intenciones y propósitos por los líderes soviéticos mismos. (...)

Estas consideraciones convierten a la diplomacia soviética en más fácil y a la vez más difícil para negociar que la diplomacia de líderes agresivos, como fueron Napoleón y Hitler. Por un lado, es más sensible a las fuerzas contrarias, está más dispuesta a ceder en sectores concretos del frente diplomático cuando esas fuerzas son sentidas con demasiada intensidad y, por tanto, es más racional en la lógica y retórica del poder. Por el otro lado, no se le puede derrotar o disuadir fácilmente con una sola victoria de sus oponentes. Y la persistente paciencia que le anima se traduce en que no puede ser efectivamente contrarrestada con factores esporádicos que representan momentáneos caprichos de la opinión democrática, sino sólo por políticas inteligentes, a largo plazo, llevadas a cabo por los adversarios de Rusia; políticas no menos firmes en sus propósitos y no menos variadas y llenas de recursos a la hora de su aplicación que las de la Unión Soviética.

En estas circunstancias, está claro que el elemento principal de cualquier política de los Estados Unidos respecto a la Unión Soviética debe ser a largo plazo, paciente, firme, pero vigilante en la contención de las tendencias rusas a la expansión. (...) Por esta razón, es una condición sine qua non para llevar a cabo una negociación fructífera y con éxito con Rusia que el Gobierno extranjero en cuestión permanezca en todo momento sosegado y unido y que sus demandas a la parte rusa sean presentadas de manera que su puesta en práctica no perjudique demasiado el prestigio soviético.

A la luz de lo arriba afirmado, se verá claramente que la presión soviética sobre las instituciones libres del mundo occidental es algo que sólo puede pararse mediante la hábil y vigilante aplicación de una fuerza que la contrarrestare en una serie de puntos geográficos y políticos que constantemente se encuentren a la deriva y que corresponden a las maniobras y virajes de la política soviética, pero que no pueden esfumarse o borrarse del mapa. (...)

En definitiva, el futuro del poder soviético puede resultar menos seguro de lo que la capacidad rusa para el autoengaño puede hacer creer a los hombres del Kremlin. Que son capaces de conservar el poder, lo han demostrado. Mientras tanto, los malos momentos de su Gobierno y las vicisitudes de la vida internacional han restado mucho de la fuerza y a la esperanza del gran pueblo sobre el que se sostiene el poder. (...)

Es claro que los Estados Unidos no pueden albergar, en un futuro previsible, de disfrutar de una intimidad política con el régimen soviético, Deben seguir considerando a la Unión Soviética como un rival en la arena política y no como un socio. Deben seguir esperando que la política soviética continúe sin reflejar ningún amor abstracto hacia la paz, ninguna fe sincera en la posibilidad de una permanente y feliz coexistencia entre los mundos socialista y capitalista, sino que, más bien, es probable que siga existiendo una cauta y persistente presión para quebrar y debilitar toda influencia y poder rival.

Frente a esto, tenemos la realidad de una Rusia que, opuesta al mundo occidental en general, continúa siendo, con diferencia, la parte más débil; que la política soviética es altamente flexible y que la sociedad soviética probablemente tiene defectos que eventualmente mermarán su propio potencial global. Esto, de por sí, daría garantías suficientes a los Estados Unidos para iniciar con razonable confianza una política firme de contención, diseñada para hacer frente a los rusos con una inalterable fuerza de reacción en todos aquellos puntos donde se detectan signos de que están intentando introducirse en contra del interés de un mundo pacífico y más estable.

Pero en la actualidad las posibilidades de la política americana no deben reducirse a mantener a raya a los rusos y esperar que ocurra lo mejor. Está totalmente al alcance de los Estados Unidos el influenciar con sus acciones los acontecimientos internacionales en Rusia y en todo el movimiento comunista internacional, quien determina, en gran medida, la política rusa (...) Es más bien una cuestión de hasta qué punto pueden los Estados Unidos crear en la mente de los pueblos del mundo la impresión general de que es un país que sabe lo que quiere, que hace frente con éxito a sus problemas internos y a sus responsabilidades de potencia mundial y que tiene una vitalidad espiritual capaz de mantener su ideología entre las corrientes de pensamiento de mayor importancia de su tiempo. En la medida en que se consiga crear y mantener esta impresión, los objetivos de la Rusia comunista deben aparecer como estériles y quijotescos, deben hacer el entusiasmo y las esperanzas de los partidarios de Moscú, y mayor presión deberá imponerse sobre la política exterior del Kremlin (...)

Sería exagerado decir que el comportamiento americano, por sí solo y sin ayuda, puede ejercer un poder decisivo sobre el movimiento comunista y que puede acelerar la caída del poder soviético en Rusia. Pero lo que sí tienen los Estados Unidos en su mano es el poder para someter a una gran presión a la Unión Soviética, lo que la obligaría a una determinada política, forzando al Kremlin a aplicar un grado de moderación y circunspección mucho mayor que el observado en los últimos años y de esta manera promocionar las tendencias que deberán algún día buscar su expresión bien con la ruptura o bien durante la progresiva maduración del poder soviético (...)

Por tanto, la decisión recaerá realmente, y en gran medida, sobre este país. La cuestión de las relaciones soviético-americanas es esencialmente una prueba del poder global de los Estados Unidos como nación entre naciones (...)

Seguramente nunca existió una prueba más acertada para calibrar la calidad de una nación que ésta (...) (la cual) experimentará cierta gratitud hacia la Providencia, quien, al asignar al pueblo americano este reto implacable, ha hecho depender su seguridad como nación de su habilidad para mantenerse unido y para aceptar las responsabilidades del liderazgo moral y político que la historia le ha encomendado".
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