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Daniel Millas El antes y el después: Grietas y opacidades ¿Cómo pensar un antes y un después sino es a partir de un acontecimiento que lo determina? Un acontecimiento, en tanto tal, se inscribe en relación a un discurso previo y conlleva una dimensión temporal propia. Establece una discontinuidad que ocasiona un cambio radical y sin retorno. Algo nuevo se desprende de lo anterior y su emergencia ya no puede ser explicada ni asumida desde las coordenadas anteriores. No los separa una frontera, los aísla una grieta. Es la grieta que tiende a ser borrada en el decir, como si una inercia irresistible quisiera absorberla, envolverla en el sentido, hacerla historia y olvidarla. Pero aunque se nade en las aguas del Leteo, el litoral que la misma inaugura nunca desaparece del todo. Mejor así, porque es el psicótico, y más precisamente el paranoico, el que tiene éxito en esta empresa. Desde el momento en que un acontecimiento traumático derrumba los soportes de su realidad, todo el pasado se reordena a partir de la invención de un significante nuevo. La perplejidad ante el abismo que lo aspira se transforma en certeza, mientras que la multiplicidad del sentido converge en una identificación que fija definitivamente su ser. Así toma consistencia la figura de un personaje de excepción, convocado a dar testimonio de una historia sin fisuras, de un decir universal. A eso solemos llamarlo delirio. Claro que tomando una perspectiva más amplia, también podemos llamar delirio a cualquier ficción que otorgue sentido a lo real que todo acontecimiento deja al descubierto. Decido entonces orientarme por el delirio y abordar así la lectura de las novelas que me fueron propuestas. Mi método consiste en establecer una suerte de gradación. Desde el relato organizado en una secuencia temporal que sitúa las coordenadas del acontecimiento principal con sus diversas secuelas, hasta la fragmentación y multiplicación de personajes causada por una fractura que vuelve imposible el desarrollo de una historia. Con este criterio, ubico en un extremo la novela de William Hudson Marta Riquelme. Carlos Feiling la confronta con Marta Riquelme de Martínez Estrada, poniendo de relieve la diversidad de sus respectivas enunciaciones, pero desde la perspectiva que asumo aquí, no voy a acentuar sus diferencias sino lo que tienen en común. En ambas se despliega un drama, los personajes mantienen su identidad, y el sentido, enmarcado en valores comunes, es convocado para impactar al lector. Sin duda son interesantes las observaciones de Feiling en su ensayo “Una mujer a medias” cuando compara el personaje femenino en ambos relatos. Lo digo a pesar de que como analista no me resulta muy convincente pensar a una mujer en términos de plena, a medias o en cuartos. La ilusión subyacente de una mujer “toda”, como el resultado posible de la sumatoria de diferentes partes, tiene el molesto inconveniente de estar destinada al naufragio. Al mito de la mujer plena prefiero oponerle las novelas de las “no todas” mujeres, María Pía López y María Negroni. La primera, con su obra Teatro de operaciones, nos deja acceder al armado de un relato que se nutre de diferentes saberes, sin apoyarse en un ideal que le brinde consistencia. El pasaje de lo dramático a lo cómico se desliza con un toque irónico que destituye la función central de la “gran hazaña”. Se trata más bien de la desconstrucción de la ideología de una época. Su mérito es lograrlo sin caer en la descreencia o el cinismo. La apuesta, según entiendo, es la de sostener valores que admitan las paradojas y las inconsistencias de cualquier proyecto político. Por último la novela de Negroni, La anunciación, que sitúo en el otro extremo de mi improvisada gradación. Comienzo por extraerle un enunciado exquisito: “Solo lo impreciso es decible”. La sutileza de esta afirmación constituye a mí criterio un principio que empuja el relato por una temporalidad extraviada. Se pone de relieve el fracaso de la historia, la impotencia de la ficción para ordenar los efectos de un trauma que ha dejado un espacio desvastado. Feiling, C. “Una mujer a medias” en “Con toda intención” Edit. Sudamericana Señales, Bs.As. 2005. López, M.P. “Teatro de operaciones” Edit. Paradiso, Bs.As., 2013. Negroni, M. “La anunciación” Edit. Seix Barral Breve, Bs.As., 2007, Pag. 26. “Estoy confundida Humboldt. No hago más que preguntarme por qué pasó lo que pasó, pero lo que pasó no sé qué es, o no lo entiendo, o se me escapa y ya no sé qué hacer, salvo contarme historias a mí misma sin ton ni son...” La anunciación de Negroni no remite a la creencia en la salvación por la llegada de una vida nueva, sino más bien a la certeza de un vacío que convoca otra clase de presencia. Freud la llamó pulsión de muerte; presencia silenciosa que hace estallar la realidad desatando la imparable fuga del sentido. “He perdido mi nombre. He perdido mis nombres. De la desesperación, de la masacre, me quedó el círculo de ciertas letras, una maravilla inconsolable. Ninguna sabiduría. Ninguna salvación. Apenas un desierto sin historia donde nada representa nada.” Asistimos a un testimonio en el que la historia se reduce a fragmentos sin brillos, mientras la palabra convoca una materia que no remite a nada. “Quiero que todo estalle. Que el lenguaje deje ver la mugre, la baba, el pantano.” Cómo no detenerse en este raro anhelo de ir más allá de los semblantes, de querer encontrar la extraña sustancia que los sostiene. La literatura y el psicoanálisis son dos modos diferentes de tratar lo real por medio de lo simbólico. De operar, por medio de las palabras, con aquello que es irreductible a sus articulaciones. El talento de María Negroni consiste en hacerlo obteniendo un efecto poético que atraviesa toda su novela. La poesía tiene la característica de engendrar un efecto de sentido al tiempo que produce también un vaciamiento. Por esta razón, Lacan afirmó que lo propio de la interpretación analítica se especifica por ser poética. Es decir, de alcanzar por un forzamiento del sentido, la resonancia de aquello que no tiene representación. Si para María Negroni “solo lo impreciso es decible”, diría por mi parte que la interpretación analítica apunta a cernir la grieta en la que se aloja la “opaca precisión de lo indecible”. Pero mejor me detengo aquí, porque esa ya es otra historia… Negroni, M.I. “La anunciación” Edit. Seix Barral Breve, Bs.As., 2007, Pag. 31. Ibíd. Pag. 132 Ibíd. Pag. 146 Lacan, J. “L´Insu que sait de l´une bévue s´aile á mourre”, inédito, clase del 19/04/77. Nuestra historia en voz de mujer Mary Pirrone Agradezco la invitación a transitar las nuevas autopistas, estas con fronteras, hitos y quiebres, un Teatro de Operaciones de María Pía López, un texto de Charly Feiling sobre dos Martas Riquelme, la de William Hudson y la de Martínez Estrada, y La Anunciación de María Negroni La historia argentina está representada por estas cuatro mujeres como una alegoría literaria del desgarro y el dolor, que va desde principio del siglo pasado, en la Marta Riquelme, aquella bella joven cautiva, que según describe Hudson de repente dejaba caer el atado de leña y prorrumpía en gritos arrojándose al suelo. Fue hechicera, y despreciada, hasta convertirse en el “Kakue”, pájaro de canto nocturno y aterrador, aquello en el decir del relator pudo “haber sido un plan de Dios para vencer los demonios del nuevo continente”. Más tarde en el mismo siglo, hemos sabido de la locura de las mujeres argentinas enfrentando demonios. La otra Marta Riquelme, la del prólogo a descifrar que Martínez Estrada escribe después del golpe del 30, es una figura ambigua e inquietante que muestra un discurso paradojal y caótico en torno a una familia, cuyos mitos cercan los homicidios, incestos, muertes y suicidios, que han habitado esa casa con magnolia y representa al país que Martínez Estrada sentía agotado y enfermo, “Que no se cura ni se muere”, un país que lo lastimaba y que pone en voz o relato de mujer. Las Marías, también representan dos momentos históricos de nuestro país, la generación de los que rodean actualmente los cuarenta años, al decir de María Pía, “la generación de los inmunes” que llegaron a la política en pleno invierno, y los que llegaron en primavera. María Negroni nos recuerda sus tormentas, en La Anunciación, sitúa los tornados, bordea con palabras la perplejidad, trata de aprehender lo que se le escapa, lo que nunca entendió, “a la nada no puede quitársele nada”, nos dice; entonces, las palabras se vuelven cosas, los afectos se personifican. La palabra Casa le pregunta a Ansia, qué le pasa y esta le responde que está deprimida porque los senadores votaron la ley de impunidad; Vida privada, otro de los personajes, hostiga y reta a Ansia por venerar y opinar igual que lo Desconocido. También ella dialoga con cada cual, Vida Privada no la deja en paz, la manda a la oficina de Ideales perdidos. ”¿Hasta cuándo vas a seguir idealizando lo que no ocurrió?”. Las frases retornan del pasado como fantasmas gramaticales, desarticulados matices, sonoridades. Sigmund Freud, definía las fantasías originarias como “restos de lo visto y oído” cuando aún no se puede entender, la autora se pregunta si la frase “algo habrán hecho” abre perspectivas en torno a un símbolo ausente, entretejiendo una trama que como en la experiencia analítica trata de historizar lo indecible, lo que se escapa. En un universo enlutado donde camina lo innombrable sobre ruinas, la protagonista se presenta, “la que respira soy yo, pero también soy la que muere en cada bocanada”. “No sé cómo se cuenta una muerte, vos te fuiste y yo morí”, se refiere a su amado, pero también a los viejos compañeros que aparecen en sueños, como en caja de pandora desde pequeñas letritas, uno por uno vivos, cada uno con su estilo, el de entonces, los de Filo, los de Ezeiza, o aquel que llevaba una bolsita con cianuro en la “diminuta noche blanca de la desgracia cosida al reborde del pantalón”. Intentos y formas posibles de aparecer ella misma. ¿Es delirio o verdad el dialogo con Athanasius?, un duendecillo que se le aparece en Roma y le ayuda a recordar un episodio traumático del pasado militante. Hace reverencias y desvaneciéndose en el aire, sentencia: “Nada como el presente para llegar a la realidad de lo irreal”. Le deja un catálogo desopilante de su Templo de las Musas que incluye desde campanas que tañen solas hasta un par de tratados, uno sobre mujeres y muñecas y otro sobre suicidio. Apariciones y recuerdos que conforman un discurso que intenta sellar un duelo que falla una y otra vez, hasta interrogarse si lo delirante es no pensar en suicidarse, no tener fuerzas para ser simplemente un cuerpo desnudo en el agua. En otra aparición, “sin que ella lo note, él recoge en sus manos su llanto y hace con él un charquito donde navega un velero”, podríamos concluir que su proa se orienta a “lo real”. Copiar el cuadro La Anunciación, es un objetivo a cumplir, pintar un cuadro que enteramente no le pertenezca, pues “la belleza es una falsificación sutil”. Puede que este sea un punto de contacto con la novela de María Pía López, pues a mi entender, ambas, una con humor, la otra con dolor, muestran cómo lo auténtico y lo falso pueden tener efecto de Verdad. Teatro de Operaciones es una novela política, donde lo falaz, la alucinación y el delirio son puestos en cuestión, “el pasado puede ser tratado mejorándolo”. María Pía confiesa en su texto “hay quienes escuchan voces, yo taxistas, y de fondo citas”. La galería de personajes se constituye en homenaje activo a Arlt y Marechal. Justamente uno de ellos es un falso taxista cazador y contrabandista de historias a ser noveladas. La Verdad será a develar tanto desde las variables astrológicas, como desde la lógica del entre dos. Entre las dos bandas, la oriental y la occidental de nuestro marítimo río, entre Peronismo y antiperonismo, entre Borges y Arlt. Propone la creación del “PRICEM”, primer centro de experimentación misteriosa, delirantes agrupados en la misión de salir a la calle a registrar “relatos orales”, formas retóricas” “frases sospechosas”, propone generar una guerrilla cultural, focos de guerrilla artística, patrullas callejeras de jóvenes con impermeables de plástico dedicados a rastrear huellas de Borges. También están presentes los zombis o los que salen del shopping cargados con bolsas de diferentes marcas o los otros más organizados, los eternáuticos, con sedes propias, unidades básicas, que cuando piensan una puesta la sede es la ciudad o el país. La autora nos confronta una u otra vez con la pregunta: ¿los delirios son tales si son compartidos? Lacan afirma que lo normal es la paranoia, María Pía lo recrea y además afirma en acto que el lenguaje está vivo mientras se transforma y que la vida necesita sus “clandestinadas”. Roberto Retamoso El decir generacional / brillos, diferencias y secuelas Leyendo las Marta Riquelme de Guillermo Enrique Hudson y de Ezequiel Martínez Estrada, Carlos Feiling afirma que ambos pusieron en escena la dificultad que tienen los hombres (…) para crear lo que he llamado personajes femeninos plenos. Si bien no lo dice de manera expresa, podría suponerse que concede esa posibilidad, por elisión o elusión, a las mujeres que escriben. Partiendo de ese supuesto, podríamos decir que María Negroni y María Pía López sí han creado personajes femeninos plenos, es decir, personajes que no resulten de la postulación de una serie de características que constituyen un ser mujer intemporal, al decir de Feiling, sino que sean, como él lo reclamaba, una voz representada directa o indirectamente. Si un personaje femenino pleno es la representación lograda de la singularidad de una voz, tanto La Anunciación, de María Negroni, como Teatro de operaciones, de María Pía López, son textos donde ese propósito, esquivo o malogrado para los hombres según Feiling, se consuma absolutamente. Porque, en ambos casos, se trata de darle la voz a una mujer para que, siendo protagonista de la historia, además la narre. Curiosamente, ambas novelas comparten el principio o el procedimiento constructivo de componer un narrador-personaje femenino. Una mujer que cuenta, en un caso a partir de una memoria si no involuntaria por lo menos no buscada, y en el otro a partir de un relato interior, al que algunos llamarían intimista, modelado por un sincerarse que evoca las formas de la confesión, la matriz de su propio modelo. Asociadas en una empresa escrituraria que se propone derrumbar mitos, lugares comunes y saberes canónicos, las narradoras-personajes de ambas novelas re-leen y re-escriben momentos fundantes de la historia y la cultura argentina contemporáneas. Y lo hacen de un modo heterodoxo, irreverente, por momentos paródico y por momentos trágico, aunque la tragedia siempre quede amortizada por el decir en solfa, la ironía o el sarcasmo, que no sólo modulan el decir de los otros, sino también, y de manera esencial, el decir de sí mismas. Se trata, por cierto, de un claro efecto de desacralización de sus objetos. La Anunciación cuenta la evocación de un momento sumamente trágico de la Argentina moderna, como fue la experiencia de los militantes de la Juventud Peronista en los años setenta, cuando, producido el enfrentamiento con los sectores de la derecha peronista, comienzan a sufrir los embates de un dispositivo represivo que desembocarían en la represión estatal a partir del golpe de 1976. El texto soslaya la épica y la exaltación, para hacer de las vicisitudes de la narradora, y de sus compañeros de militancia, el objeto de una parodia que devela sus contradicciones, sus imposibilidades, incluso la distancia que, en muchos casos, los alejaba de los preceptos y las consignas propuestas por la organización en la que militaban. Sin embargo, si hay un personaje que encarna el dogmatismo y la rigidez ideológica de la organización ese es la propia narradora: será necesario el paso del tiempo, la experiencia de la historia, la mudanza a Roma, para que pueda contar aquellos años con una mirada contrastante, que ya no es una mirada certera, absoluta, ni mucho menos objetiva, sino que es una mirada dispersa, hecha de recuerdos pero también de visiones fantasmáticas y oníricas, y de una imaginería poética donde el realismo del discurso revolucionario -la única verdad es la realidad- transmuta en una visión fantástica del mundo y de las cosas. Teatro de operaciones, por su parte, trata de otro momento fundante, el de Los Siete Locos-Los Lanzallamas. Ahora no será un hecho histórico-político sino un hecho histórico-literario el que concite la atención de la mujer que narra. Sabemos el asunto de la novela: unos devotos un tanto desvariados de Arlt, en la actualidad, se proponen montar una representación de Los Siete Locos, nucleados alrededor de una mujer, la narradora del texto. Se trata de una réplica paródica de su objeto, puesto que, como en la novela de Arlt, los personajes son parte de una conjura, conspiradores que intentan llevar adelante, de manera clandestina, los propósitos de su sociedad secreta. Demás está decir que sus proyectos son tan disparatados como los de los personajes de Los Siete Locos; pero lo que en Arlt se lee como grotesco, o como las formas de una comedia donde lo trágico sobreimprime sus formas para resolver el relato en su sentido, en Teatro de operaciones se presenta como una irrisión constante de la historia, haciendo de los personajes y la narradora unas criaturas desmañadas, por momentos ingenuas, por momentos taimadas, pero siempre reducidas a un devenir inofensivo e intrascendente, como si se tratase de actores de una inocua picaresca del presente. Así, La Anunciación y Teatro de operaciones consisten, básicamente, en la reescritura de un discurso evocado que opera no como modelo sino como difuminación: no es el objeto de una mímesis sino de una irrisión, por lo que no se trata de reproducirlo, o reponerlo, sino de deshilvanarlo, deshilacharlo, volverlo jirones que arrastran los vientos de la historia, con los que se tejen no su forma prístina sino las formas actuales, recientes, últimas, las únicas posibles después de los procesos de sedimentación que el tiempo ha interpuesto entre ellos y nosotros. De modo que ambas novelas suponen una distancia que no es temporal en un sentido meramente cronológico; lo es también en un sentido geológico. Al modo de una miniatura física, exhiben los diferentes estratos donde se han sedimentado sentidos y significaciones que transforman y deforman el núcleo original. La figura del palimpsesto, así, se yergue inevitablemente en el acto de su lectura. Pero si los textos evocados no son los mismos puesto que son otros; si los textos originarios solamente persisten como resto o como hilacha, es porque la lengua que hablan las narradoras también es una lengua otra. No precisamente idéntica, puesto que cada una la modula a su manera, pero sí una lengua que tiene un sustrato común, una especie de proto-lengua, de pan-lengua narrativa, donde la voz se desorigina, la enunciación se dispersa, el habla se vuelve ubicua, descentrada, y las palabras, plurales, se multiplican, haciendo estallar la unidad de lo representado, que ya no es la figuración de lo real ni la reproducción de un relato. Es, simplemente, su fantasmagoría alucinada: lo que enciende el recuerdo falaz, la memoria capciosa; lo que dice una palabra que en vez de sostener la verdad, decide mentir como proyecto. |