Dirección: Liliana Heer / Arturo Frydman




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Anahí Mallol Por un dios que baile

"Sólo puedo creer en un dios que baile..."

F. Nietszche

Jacques Alain Miller1[1] dice que el análisis cumplido es un pasaje de la tragedia a la comedia. Esto implica muchos presupuestos y muchas consecuencias. No voy a hablar, por supuesto, de todo eso. Pero es interesante pensar en qué medida, cuando es posible reírse de lo que duele, algo sana. En qué medida es posible que nuestras palabras, las pobres palabras de la tribu, nos lleven hacia el territorio de la risa. Nos conforten después de habernos confundido, con su poder de hacernos creer, pobres de espíritu carentes de toda fe, en la existencia de un dios que, al menos por un rato, baila. Y que ese baile, todo lo celebratorio que se crea y se quiera, es un baile sobre cadáveres enterrados o insepultos, es sal gruesa sobre las heridas de la piel, pero es baile, es risa, está vivo y vive.

Sorprende, como siempre, encontrar estos diosecillos a medias alegres. Sorprende para bien. Desde el Copyright burlesco del abigarrado pastiche que hizo Juan Carlos Martini Real, en que una pequeña comunidad se encierra en una cabaña del sur para resistir a la implantación de armas nucleares en el territorio patagónico, a la desopilante y sin embargo certera creación de una Asociación Internacional Argentina que solvente los gastos de los emigrés en París, al travestismo perverso de Los topos, las palabras, los personajes, los cuerpos, bailan, se contorsionan, se acoplan, se matan, para decir desde otro lugar aquello que no hay, a dios gracias, modo correcto de decir. Así festejan su lado de la masacre.

Sobre todo se comienza en cada caso por el lado masacrado del lenguaje: no sólo los estereotipos, los lugares comunes, la estulticia de los mitos nacionales, encerrados en cada frase, que si Puig deletrea con delectación y ternura, Copi, Martini Real y Bruzzone descomponen con ironía, casi crueldad, y un humor desopilante. También las catacresis de los discursos literarios nacionales: de Arlt a Borges, pasando por Marechal, todo parece haber sido dicho, la clase media argentina ensalzada, execrada, dispuesta para sus fiestas y sus fastos, terminada con una tilinguería que da náuseas. Pero no. Faltaban estos libros.

Oportunos, de épocas diversas y cubriendo en sus diégesis diferentes épocas de la historia nacional, ponen en escena en cada caso, y de una manera tan profunda, el absurdo de los dichos que intentarían explicarla, o denostarla, o simbolizarla, que el efecto no puede ser sino corrosivo. De modo que leerlas es un viaje, por el espacio, por el tiempo, por la memoria, pero sobre todo un viaje que resuena familiar porque atraviesa los ecos de los discursos que han resonado en la cultura nacional y que repican aún como ecos de campanadas más o menos lejanas.

Así, las versiones acerca de los experimentos nucleares autorizados por Perón en la Patagonia, parecen ser el núcleo discursivo de Copyright, al que se suma el modo aleatorio, intrigante, y a la vez banal, en que se forma una célula militante en los 70, en la que se cruzan ideales, frustraciones, roles, pero sobre todo, flujos de deseos. El fin de la célula no es la caída de los ideales, sino la implosión, por encierro, de esos deseos, que llevan a malestares, disensos, y peleas diversas, por puros celos. Culmina, de modo aplastante, con la formación de una pareja heterosexual que tiene un bebé. Continuidad festiva de la vida y fin de la militancia, la familia vuelve, ni buena ni mala, se instala como pervivencia del principio vital, todo lo efímero, mundano, que se quiera, pero cierto, anudando lo posible a lo imposible, la lejanía del ideal a la proximidad de los cuerpos, lo bio a lo político.

No es una irrisión de la militancia, es una irrisión de la pobre humanidad, que no se salva sino que se deja decir como libro y hace una risa que duele pero que contagia.

Copi no perdona a nadie: el pequeño sueño de la embajada propia, del reconocimiento literario, de la presidencia de la nación, de la vestimenta prestigiosa en manos plebeyas, de la unidad racial, lingüística, gastronómica, musical, literaria, heterosexual, de la nación: todo entra en su máquina lingüística para pasar a decir otra cosa, para licuarse, putrefacto, y dar como resultado los borbotones de una carcajada disolvente. Nada queda en pie, como no sea esta irrisión, llamada, con pasión, “la argentina” por todos y cada uno de nosotros. Y eso es lo que pervive. El texto funciona de un modo casi maquínico en un encadenarse de expresiones, mitologías y estereotipos nacionales que se suceden a una velocidad vertiginosa pero con una concatenación, a la vez, muy exacta. Así, se construye y se rebasa, por exageración, por absurdo, el mito de la Argentina, de un modo que resulta por momentos profético: escrito en los años de la presidencia de Alfonsín, parece prever mucho de lo que vendrá después, de modo que los avatares de la historia nacional no parecen sino consecuencias lógico-lingûísticas del desarrollo de estos idiolectos, mitos y estereotipos. Y no necesita ir más allá de la corruptela fantástica de una embajada para sacar estas conclusiones, no necesita dirigirse enunciativamente hacia la dictadura militar, no más que hacia otras cosas, para poner en juego, por la impostura, la banalidad, la tontería, de los personajes sobresalientes, los modos de la política. Pero es Copi, no hay que confundirse, no es una crítica desde la posición del intelectual lo que el texto despliega, sino un carnaval que implica al lector porque no puede, si es sincero, sino ver allí algunos de sus propios discursos y prejuicios puestos a estallar. Y eso lo hace doblemente efectivo.

Bruzzone da vuelta los noventa. Parte de otro núcleo discursivo, de otra inquietud, y la lleva hacia los extremos más impensados: casi cualquier joven de los noventa pudo tomar como punto de partida para cuestionar su historia la pregunta acerca de su origen, de su identidad, porque casi cualquiera pudo haber sido un hijo de desaparecidos apropiado en la dictadura.

Ello da como resultado, y ha dado, historias trágicas. Bruzzone elige, y despliega con una destreza cruel, otro camino: si cualquiera puede tener una identidad errónea, aquellas personas con las cuales intercambiamos diálogos, afectos, fluidos, pueden estar con nosotros en una relación de parentesco insospechada. De este modo, nada nos impide haber cumplido la profecía de Edipo, u otras formas del incesto, el fratricidio, etcétera. Aquí los sucesos se encadenan, otra vez, de una manera que parece delirante y no es sino precisa para arribar al desenlace, casi pantagruélico por lo desmedido, de la historia. Hace, a no dudarlo, del núcleo trágico de la pregunta, siempre sin respuesta, por el ser, un juego cómico con lo posible. A condición, claro está, de tomarse la comicidad en serio.

Porque no se trata de afirmar como un duelo que ya no es el tiempo de la tragedia, que la banalidad ha arrasado toda posibilidad de experimentar, no se trata de creer que la "dimensión trágica de la existencia", es decir del deseo, de lo bello y su "puesta en acto" inexorable, han perdido toda potencia, sino todo lo contrario. Gillo Dorfles, en el año 1970, escribía: “(...) desde hace cincuenta años hasta hoy, la humanidad ha vivido y está viviendo una época trágica. Al asistir continuamente a esos espectáculos crueles, monstruosos, brutales y sanguinarios -la guerra de Vietnam, las torturas de Chile y, anteriormente, los campos de exterminio nazis- que la televisión le ofrece cada día, el espectador no se ha limitado a endurecerse (...) anestesiando su “piedad” y su “terror”, sino que, además, ha llegado a perder la facultad de discernir entre el eikos (lo verosímil) y el dynaton (lo posible) , entre lo Natural y lo Artificial, entre las tragedias reales y las elaboradas por el arte”.

Freud decía, parafraseando a Aristóteles: "la Comedia se limita a despertar la ansiedad para aplacarla luego, mientras que en la Tragedia, el sufrimiento se despliega hasta sus últimas consecuencias". En estas novelas se parte de la certeza, literaria y real, histórica, de que el sufrimiento ya ha sido desplegado hasta las últimas consecuencias.

Entonces, hacer de la militancia de resultados trágicos de los 70, de las desgracias de la vida de los emigrados, de la incertidumbre acerca de la propia identidad, textos que ponen el conflicto como motor de la risa, que leen la estulticia, la complicidad, y hasta una cierta versión del destino, en las frases hechas, los estereotipos sociales, los mitos nacionales, que todos en alguna medida repetimos, compartimos, re-construimos cada día, no es una tarea menor.

Es un triunfo de la comedia en segundo grado, es la asunción de la propia falta, es el paso hacia un más allá que todavía está por hacerse. Es casi una alegría, una esperanza: la flauta de Dioniso puede volver a sonar en esta tierra.

 

 Luis Darío Salomone De la tragedia a la comedia

"La fantasía que nos sobra para resistir la realidad que no soñamos."

Martini Real

Aunque difiera el método, el tratamiento de hechos trágicos es una de las funciones que la literatura puede tener en común con el psicoanálisis. Me han dado la posibilidad de comentar tres textos que desconocía y que probablemente muchos que me escuchen tampoco conozcan. Agradezco enormemente a Liliana Heer y a Arturo Frydman que me regalaron la posibilidad del descubrimiento.

1- Los topos de Félix Bruzzone relata posibles consecuencias de los años negros en Argentina. Pero el autor elige una forma muy poco convencional de hacerlo. Es la historia de un hijo de desaparecidos que parece no tener un compromiso con su historia, aunque su novia milita en HIJOS. La novela tendrá un giro muy particular cuando el sujeto tiene un romance con un travesti dedicado a matar policías.

Los hechos que el protagonista vive están enfocados con una particular distancia. No presenta una relación con su pasado, los hechos simplemente suceden, encadenándose en torno a un vacío que no despierta interrogantes. Sin embargo, el pasado se muestra por sus efectos, un sujeto que no termina de encontrar su propia identidad, con cierta falta de responsabilidad con su propio accionar, simplemente va por el mundo.

Su historia con la dictadura pareciera no llevarlo a una búsqueda, sin embargo el travesti desaparece en plena democracia, y eso lo moviliza hacia un destino inesperado. Se produce una metamorfosis. Se encuentra en un personaje apodado El Alemán, quien lo humillará y lo obligara a ponerse senos, travistiéndose.

Bruzzone nació en 1976, en ese año desapareció su padre y más tarde su madre. El autor decide, a ese hijo de desaparecidos, situarlo en sus derivas. No sabemos lo que aconteció, se viven las consecuencias. Los hechos se suceden y giran en torno a lo imposible de saber. Bruzzone con la escritura rearma un rompecabezas, pero faltan piezas. Elige un camino no convencional para abordar el trauma, una particular forma de volver al pasado, un camino que no es el de la militancia, sino el del desconcierto. Hay agujeros que no habrá saber alguno que logre colmar.

2- La Internacional Argentina, de Copi, narra la historia de un poeta argentino llamado Darío Copi, sus padres son adictos, medios hippies, eternos adolescentes descarriados.

Copi conoce al magnate Nicanor Sigampa, un colosal negro que vive de rentas y financia a la intelectualidad argentina exiliada en París. Un excéntrico que conservaba en su casa al padre y a los abuelos embalsamados y busca algún rédito político.

El negro lo informa de la existencia de la Internacional Argentina, una organización que coordina las acciones de los argentinos que viven fuera del país

El personaje se sorprende diciendo de Nicanor: "pero es negro". Rechaza el haber experimentado en si un sentimiento racista; dice que los argentinos no somos racistas porque en realidad no hemos visto negros, salvo en las películas. Nicanor convence a Copi para que sea candidato a presidente de la Argentina; ya que como tal su estilo se presta más a la risa que al drama. Es cómico, un poeta es lo más parecido a un payaso. El humor, cargado de ironía es una constante. Los cambios de humor, nos dice Copi, podrían ser tomados por la prensa argentina, controlada por psicoanalistas, como una crisis paranoica de un directivo loco.

Copi acepta y se ve involucrado en el asesinato del embajador argentino en París, en las intrigas de la hija natural de Borges, y acaba viendo frustrados sus planes de acceder a la presidencia al descubrir que es hijo ilegítimo y que además es judío. Aquí la crítica a instituciones tan argentinas como el racismo, el antisemitismo y la homofobia, alcanza su punto más alto: Sigampa le anuncia que ha decidido retirarle su apoyo ya que es improbable que la ciudadanía argentina vote a un candidato judío.

Copi plantea que sus padres "han cambiado como todos los argentinos tras veinte años de dictadura y guerra colonial. Se han vuelto locos, cada uno a su manera. Y yo. ¿Cual era mi manera? Negarme a aceptar el paso del tiempo". Eso me pareció lo más interesante del libro, hacerse cargo de la parte que le toca en el reparto de la locura generalizada, haciéndonos ver que por más que nos hagamos los distraídos las cosas que pasan en nuestra sociedad dejan marcas imborrables.

3- Juan Carlos Martini Real escribió un libro único en la historia de la literatura argentina: Copyright. Resulta del orden de lo imposible decir de qué se trata, la única solución para saberlo es leerlo. El autor en la contratapa nos plantea que lo único válido sólo puede surgir de la lectura de la novela. En lugar de seguir un relato intrincado y con infinitas citas (acá exageramos pero es la sensación que causa el texto) a escritores, a novelas, a poemas, a personajes literarios, me parece mejor recortar algunos momentos que nos permiten vislumbrar lo que busca transmitirse en un libro que se publicó durante la dictadura. Una pregunta nos introduce en el desafío de hacerlo: "¿Encontraría la verdad, entre tantos presagios y destrucciones?" Para el autor la literatura fragua movimientos, transcribe sucesos. La solución no se presenta en borrarse del mapa, en vivir fuera del mundo. La realidad está compuesta de retazos y parapetos violados por la ficción. El mundo es un chiquero. Hay que construir más bóbedas, cada vez hay más muertos. Terminaremos devorándonos unos a otros, pero nadie tiene conciencia del peligro. El escritor en medio de sus citas y discusiones intelectuales nos pregunta si alguien perdonará esta siniestra y sádica historia, es hora de que nos enteremos de las muertes sin sentido.
Tres textos, tres perlas de la literatura argentina que se atreven a hablar del infierno de una manera diferente, con humor e inteligencia. Y que sin embargo resultan inhallables en las librerías de nuestro país; un país que, como nos decía Catulo, está de olvido, siempre gris.

Isabel Steinberg El humor: de la tragedia a la comedia

Hay una terceridad/triangularidad/trilogía argentina que me vuelve loca. Es aquella patética tercera posición, posición forzada por la circunstancia de que los dos seres de la tercera posición, peronista ésta, se encuentran en dos posiciones corporales asimétricas si las hay: uno o una tendido en un catre sin colchón, conocido como parrilla, padeciendo dolores indecibles, y otro a su lado, blandiendo un argentino y lugoniano instrumento llamado picana.

Cuando llega a mis manos Los topos de Félix Bruzzone, me introduzco por un momento como el animalito citado en el túnel del tiempo. Félix nace en 1976, cuando yo tenía 21 años, poco después del fatídico 24 de marzo. Su novela comienza con una primera persona que se mantendrá inalterable: “Mi abuela Lela siempre dijo que mamá, durante el cautiverio en la ESMA, había tenido otro hijo”. A partir de ese “siempre”, el relator/hijo de desaparecidos se empeña en diferenciarse de los HIJOS con mayúscula. Él no quiere ser como el padre, quiere solamente ser. Para eso su vertiginosa carrera será una cruzada contra ese cuerpo hecho carne sufriente del torturado, contra el delirio escatológico de Lela, contra el alma bella de su novia militante. Su fantasma propiciatorio será el de ese hermano menor, hijo de su padre o de un torturador, topo al fin como éste, que fue topo en el argot político y delator. Las metamorfosis travestidas no cesan: de guerrillero el padre pasa a informante, de torturador de opositores el Alemán pasa a torturador de travestis. Transgresión-transgénero-travestismo: el hijo de dos NN no puede hacer bandera de su dolor. De un pasado brutal a un presente brutal, el protagonista se traviste para parecerse al topo paterno, para tener tetas como su madre, para unirse en el sacrificio con el hermano travesti torturado. Frente al horror, el joven topo pone en cuestión lo identitario como resguardo: nadie es lo que es, el dolor no hermana: enloquece.

El segundo autor del que voy a hablar es Copi, Raúl Damonte, que muere en París a los 48 años, en 1987. La internacional argentina es su obra póstuma y tiene un valor casi premonitorio: anuncia una orgía de personajes anfetamínicos y decadentes que harán su aparición recién en la década del menemato. En París, Nicanor Sigampa, un moreno millonario y fastuoso tiene su séquito de seguidores: los padres del protagonista, setentistas convertidos en hippies octogenarios, el embajador argentino y su puma bipolar siempre interesado por endeudar al país, su exmujer María Abelarda, recaudadora de fondos para happenings, Raula Borges, solterona hija natural de Jorge Luis recitando el Corán y el alfabeto chino, putas, travestis, millonarios desesperados, Mafalda Malvinas, performer vanguardista y drogadicta. Darío Copi, autor-protagonista es el elegido por la secta para ser el próximo presidente de la Argentina, por haber creado en un libro de poesía maoísta (internacional al fin) el sintagma perfecto y lo suficientemente enigmático como para convertirse en el ideal de la programática política argentina. Si Arlt destila en las Aguafuertes, publicadas en el diario de su abuelo Botana, resentimiento e ironía, en Copi hay un impulso con sesgo utópico, un vértigo imparable que al ritmo de “Volver ” inventa lo desopilante como recurso para consolarse por amores nunca correspondidos y promesas nunca realizables, intentando a través del ridículo dar alguna inteligibilidad a lo argentino como destino de exilio.

Juan Carlos Martini Real nace en Buenos Aires en 1940 y muere a los 56 años. Sus amigos no ignoran que se agregó el “Real” para diferenciarse de su sosías, el ficticio (pasión argentina la de la apropiación!). Relato una escena de su libro Copyryght, escrito en 1979. Casa perdida en Esquel. El actor-autor penetra a Georgette, sobre un colchón y rodeado de tres mirones excitados. Escena pornográfica esta no por el sexo sino por esa ligera frontera entre el erotismo y la tortura. Pensemos. ¿Quién de nosotros podía en esa Argentina hacer el amor sin pensar en el horror de la tortura? De nuevo el travestimo, esta vez del habla, que asume los ropajes de la lengua del poder dictatorial: ”Oigan a papito-me interrumpió el Bocón-esto no es un comando subversivo, podés salir como viniste, cuando vos quieras, y con el culito sano”. ¿Qué frontera es aquella que en esta novela de Martini separa el erotismo de la tortura, el subversivo del habla uniformado del guerrillero del decir popular? Es la frontera del terror, que bascula y zigzaguea a lo largo de todo el libro. ¿Cómo podíamos decir en esa Buenos Aires sin temblar “querés hacerme desaparecer de tu vida”’?

Concluyamos.

El folletín, romántico por excelencia, género popular por mérito propio, melodrama por sentimental, nació rebelde en nuestro país. El Juan Moreira de Eduardo Gutiérrez aparece en 1879, el mismo año que La vuelta de un Martín Fierro ya adecentado para satisfacción de Cané y Mansilla. Gutiérrez no quiere escribir como un gentleman. Hace de Juan Moreira un gaucho forajido y violento. El acento es trágico desde el comienzo:”Sarletti negó la deuda asegurando que no debía a Moreira un solo peso”. Ya masacrados los bárbaros, la Ley vuelve a fundarse en lo que excluye, ahora el criollo. Al sacarlo del legajo criminológico, Gutiérrez convierte a Moreira en el primer héroe del folletín argentino. El criollo justiciero no muere como deseaba, saltando un alambrado bajo el sol, sino intentando saltar las paredes que simbolizan la incipiente propiedad urbana excluyente de lo residual.

Si la comedia es moral porque consuela y la tragedia recuerda el destiempo inevitable y el caos, en nuestra tradición, el folletín argentino va de una a la otra travestido no como vana tragicomedia sino como estilo de vida, drama irremediable.

La tragedia argentina tiene como frontera el fortín. Dos tetas de india valían más que una oreja de su consorte. La Finadita dona sus jugos para salvar al varoncito. Evita muere como Cristo a los 33. Antígona Vélez se inmola para salvar el honor de su hermano.

En la comedia nacional (que recurre igual que la tragedia a la sátira, la parodia y el sarcasmo) la figura de Isabelita inaugura lo esperpéntico desde su rodete fálico/ patético.

Transgresión. Travestismo. Transexualidad.

Oh desprecio por la memoria, Juan Domingo!. Consorte de la bella Evita y del monstruo lopezrreguista. Incitador de valentías y líder de patotas pedofílicas.

En nombre de un dios oscuro y de Sacher Masoch, maestro del humor que desciende de la Ley hacia sus consecuencias… oremos por Darío Copi cuando proclama ante sus seguidores con tono premonitorio y fatídico: “…formando parte de las tropas que Nicanor Sigampa designaba con el nombre de Internacional Argentina, estábamos nosotros, que habíamos huído, no de la dictadura militar sino de todo lo que hacía posible su existencia en la sociedad argentina: la hipocresía católica, la corrupción administrativa, el machismo, la fobia homosexual., la omnipresente censura hacia todo”. Amén.
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