Tres enigmas de la Rusia del siglo XX Manuel Pastor
Category: Historia-Opinión
Tres personajes: Rasputin, Stalin, Anastasia.
A finales del presente 2016 iniciamos el centenario de un período trágico y enigmático de la Rusia del siglo XX, con la Gran Guerra de fondo, entre el asesinato de Rasputin (30 de Diciembre de1916) y el de Anastasia junto a toda su familia (17 de Julio de 1918), período coincidente con el fin de la Autocracia imperial zarista, el establecimiento de la dictadura bolchevique/comunista (1917-18), y la aparición en la escena política de Stalin, en camino de convertirse en el autócrata más absoluto, imperialista y criminal de la historia. Un temprano disidente de la revolución comunista en Rusia, Anton Ciliga, escribió en el prólogo a sus memorias, en Julio de 1937: "The myth of Soviet Russia is one of the most tragic misunderstanding of our time (...) The internal decomposition of the regime has now become apparent to the whole world" (1940: x-xi). Ciertamente, Ciliga era muy optimista respecto a la percepción en aquellas fechas del problema en la opinión pública mundial, problema que expresó muy bien en el título de la edición en inglés de su obra: The Russian Enigma (London: The Labor Book Service, 1940; la primera edición, en francés, había aparecio en Paris, en 1938, con el título Au Pays du Grand Mensonge). 
Pero si hubiera que identificar el enigma dentro del enigma, dudo que ningún otro personaje público superaría a estos tres que jalonan, entrecruzándose, la historia trágica de la Rusia del siglo XX. Las cuestiones se amontonan: ¿Quién era realmente Rasputin y qué relación tenía con agentes de inteligencia alemanes y bolcheviques? ¿Qué papel tuvo Stalin en el asesinato de Stolypin, el Primer Ministro liberal que había decidido liberar a la familia imperial de la nefasta influencia de Rasputin? ¿Qué relación, en general, tuvo Stalin con la Okrana? ¿Quién decidió y ejecutó el asesinato de Rasputin? ¿Quién decidió y ejecutó la masacre de la familia imperial? ¿Qué le ocurrió realmente a la Gran Duquesa Anastasia, pereció o sobrevivió a la masacre? ¿Fue Anna Anderson realmente Anastasia o una impostora? ¿Qué papel jugaron, respectivamente, los agentes de Stalin y Maria Rasputin (la excéntrica hija del "Monje Loco") en el largo, controvertido, y frustrado proceso de Anna Anderson para obtener el reconocimiento de su identidad? Estas y otras muchas cuestiones son una muestra de los enigmas que rodean a los tres personajes que, pese a la abundante e impresionante literatura biográfica e historiográfica sobre ellos, reclamaban -o reclaman todavía- desesperadamente una explicación más convincente.
En su excelente biografía Stalin. The Court of the Red Tsar (London, 2004), Simon Sebag Montefiore, en una nota pie de página nos ofrece una sorprendente revelación: "President Vladimir Putin's grandfather was a chef at one of Stalin's houses and revealed nothing to his grandson: 'My grandfather kept pretty quiet about his post life' As a boy, he recalled bringing food to Rasputin. He then cooked for Lenin. He was clearly Russia's most wordl-historical chef since he served Lenin, Stalin and the Mad Monk." (2004: 93) Como veremos, los tres compartieron algo más que un chef. En todo caso, la nota es significativa, porque: 1) es sabido que los chefs de los dirigentes soviéticos eran necesariamente miembros del aparato de Seguridad; 2) por tanto, siendo el propio Putin un antiguo miembro de la KGB (probablemente por haber sido su abuelo miembro acreditado de la Cheka) no debería extrañarle que revelara poco de su pasado; 3) es sabido también que Rasputin gozaba de la protección/vigilancia de la Okrana, y que seguramente el joven chef Putin le fue asignado por ella; y finalmente 4) es fácil inferir que antiguos funcionarios de la Okrana, como este histórico chef, fueron transpasados tras la Revolución bolchevique a la Cheka. Es una conjetura, pero no es el único "asistente", como dijimos, que compartieron Rasputin, Lenin y Stalin. Otra curiosa coincidencia: el monje Hermogenes fue rector del seminario en Tiflis cuando el joven "Soso" (Stalin) era seminarista allí, y parece que también decidió su expulsión; posteriormente, ya obispo de Saratov, promovió a Rasputin como "starets", pero más tarde intentó "excomulgarle" a golpes, literalmente, de crucifijo. Paradojicamente, la idea de Hermogenes de restaurar la antigua institución del Patriarcado fue rechazada por el Zar y, posteriormente, autorizada por Stalin (No obstante, Hermogenes sería liquidado en junio de1918, siendo obispo de Tobolsk-Siberia y conspirador para la liberación de la familia del Zar, por el bautismal procedimiento de ahogarlo en el rio Tobol).
De Lenin sabemos casi todo. Su biografía adulta está perfectamente documentada, casi día a día (incluida su muerte y los avatares de su cadaver, como nos revela el fascinante relato macabro de Ilya Zbarsky y Samuel Hutchinson, A l'ombre du mausolee, Arles, 1997 (versión en inglés, Lenin's Embalmers, London, 1998). Su pensamiento, radical y pragmático, por no decir oportunista, no es un misterio. Como personaje histórico y político no es un enigma. No podemos decir lo mismo de Rasputin, de Stalin, y de la pobre Anastasia, en la hipótesis de que realmente sobreviviera a la masacre de su familia. Tres singulares y enigmáticos personajes en busca de un autor definitivo de sus vidas.
Tres autores: Massie, Kurth, Radzinsky.
En una extraordinaria obra de Greg King y Penny Wilson que intenta responder a algunas de estas cuestiones, The Fate of the Romanovs (Hoboken, NJ: John Wiley & Sons, 2003) se citan a los tres autores de una manera especial. La obra, de hecho, esta dedicada a Peter Kurth, con una cita de Mark Twain: "Loyalty to petrified opinions never yet broke a chain or freed a human soul in this world -and never will." Y el propio Kurth es autor del breve Foreword a la voluminosa obra (657 páginas). He aquí sus palabras: "I am a 'nut' on this story, and am confident in predicting that many of you will be, too, when you discover what follows"(Kurth, 2003: xi).Ya en el Afterword a su extraordinaria biografia sobre Anastasia había confesado: "I believed her, yes. I believed her, I liked her, and I am proud to have stood on her side of the struggle." (Kurth, 1986: 456).
En la página 492, los autores mencionan a Edvard Radzinsky y Robert Massie como invitados especiales, junto al entonces Presidente de Rusia Boris Yeltsin y varios representantes de la familia Romanov, en el solemne funeral y entierro de los restos de la familia imperial en la catedral de la Fortaleza de San Pedro y San Pablo de San Petersburgo, el 17 de julio de 1998, justamente el octogésimo aniversario de la masacre. Es decir, los propios autores aparecen en el relato de la historia. En efecto, Radzinsky escribiría en el epílogo de una de sus obras: "As a member of the Government Commission for the Funeral of the Royal Family, (...) I was witnessing a remarkable thing for a writer: the funeral of his own characters."(2000: 502). ¿Quiénes son estos tres autores, Robert K. Massie, Peter Kurth y Edvard Radzinsky? Los dos primeros son norteamericanos, el tercero ruso. Ninguno de ellos es un historiador académico en el sentido convencional, aunque Massie estudió Historia en las universidades de Yale y Oxford. Kurth es esencialmente un biógrafo y Radzinsky un escritor dramático. Pero las aportaciones de los tres a la historia de la Rusia del siglo XX han sido, a mi juicio, decisivas. Aportaciones en la línea iniciada en 1967 por Massie, profundizando en el factor humano y espiritual, una línea rigurosa y a la vez poética, como hubiera apreciado el gran historiador norteamericano Henry Adams, tal como reflexionaba sobre la metodología histórica en sus obras maestras Mont-Saint-Michel and Chartres (1904) y The Education of Henry Adams (1907). Sentido histórico y sensibilidad poética que también combinaba magistralmente el desaparecido Peter Viereck, uno de los padres "gentiles" del neoconservadurismo norteamericano (véase el artículo de Tom Reiss, "The First Conservative", The New Yorker, October 24, 2005). Dadas sus circunstancias biográficas personales (descendiente de un pariente bastardo de las familias imperiales alemana y rusa, Louis Viereck, que además -ironías de la vida- fue socialista y amigo de Karl Marx y Friedrich Engels), Peter Viereck, historiador, poeta y "sobrino" natural del último Kaiser y de la última Zarina, probablemente pudo saborear el esplendor, la nostalgia y la tragedia de la perdida “Atlantis” en los magníficos escritos de Massie, Kurth y Radzinsky.
Tales escritos, concernientes a nuestro tema, fundamentalmente son: de Robert K. Massie, Nicholas and Alexandra (1967), "Introduction" to The Romanov Family Album (1982), y The Romanovs. The Final Chapter (1995); de Peter Kurth, Anastasia. The Riddle of Anna Anderson (1983), "Afterword" (1986), "The Mystery of the Romanov Bones" (1993), Tsar: The Lost World of Nicholas and Alexandra (1995) "Foreword" (2003) y "Anna-Anastasia: Notes on Franziska Schanzkowska" (2005); de Edvard Radzinsky, The Last Tsar. The Life and Death of Nicholas II (1992), "Introduction" to Peter Kurth (1995), Stalin (1996), The Rasputin File (2000), y Alexander II. The Last Great Tsar (2005).
Retorno a “Atlantis”.
En un video producido en 1994 por The National Geographic Society, Russia's Last Tsar, el escritor Edvard Radzinsky relata cómo muchos años atrás, durante el régimen soviético, husmeando en los archivos todavía no abiertos al público, descubrió los albunes de fotografias de la familia del último Zar. Según sus propias palabras, aquéllas fotos fueron una especie de ventanas que le permitieron contemplar un mundo perdido, "Atlantis". Tras la publicación y el gran éxito de su libro sobre la tragedia de la familia del último Zar Nicolas II, incluyendo el enigma sobre el destino de la Gran Duquesa Anastasia y del Zarevich Alexis, Radzinsky se vió compelido a escribir sobre los otros dos personajes enigmáticos, Stalin y Rasputin. Últimamente, nos ha regalado su biografía sobre el gran Zar Alejandro II, el "Lincoln ruso" que puso fin a mil años de esclavitud en Rusia, para completar el cuadro histórico que haga comprensible el hundimiento y la pérdida irreversible del Antiguo Régimen, identificando un nuevo fenómeno histórico colectivo de largo alcance: "The great Tsar was forced to see the bitterest change: His Russia became the home of terrorism, a terrorism previously unparaleled in scope and bloodshed in Europe (...) For the first time the fate of the country was decided not only in the magnificent royal palace but in the impoverished apartments of the terrorists. Underground Russia, with its secret life and bloody exploits, is an important character in this book (...) The Russian terrorism of Alexander II's reign remarkably presaged the terrorism of our day (...) Alexander had to learn to fight against a previously unknown evil (the 'new barbarians', as he called them). The Tsar declared a war on terror, for the first but not the last time in history." (2005: xii-xiii) En efecto, Rasputin, Stalin y Anastasia no fueron sino productos y/o víctimas de ese Terror.
Al mismo tiempo, Radzinsky apunta certeramente a ese escenario y a esos personajes escurridizos de la historia contemporánea que son escamoteados en los análisis políticos habituales: la Rusia "subterránea", secreta y sangrienta, de terroristas y "provocateurs" en las redes de la Inteligencia y la Contra-Inteligencia. Los jesuitas del Renacimiento denunciaron a Maquiavelo y la "razón de Estado" ("razón de Establo" la llamó nuestro Gracián) mientras secretamente practicaban el maquiavelismo; el jesuitismo político de nuestro tiempo denuncia y descalifica toda teoría conspirativa mientras secretamente practica el maquiavelismo, invoca cuando le conviene la "razón de Estado" (actualizada como "interés nacional" o "seguridad nacional") y conspira permanentemente, revalidando el famoso concepto de lo político según Carl Schmitt: la distinción entre el amigo y el enemigo. Maquiavelo y Schmitt fueron francos y realistas. Los hipócritas son los jesuitas políticos que los condenan prometiendo la utopía, celestial o terrenal.
El retorno a “Atlantis” le permitirá a Radzinsky una perspectiva histórica que hace más inteligible (y aborrecible) la Rusia del siglo XX, con los efectos concomitantes en la política mundial que todos hemos padecido y seguimos padeciendo, directa o indirectamente. La reflexión final del autor sobre el ciclo de violencia que se inicia en la Rusia de Alejandro II es pertinente: "This Law of Blood in Russia was a hellish circle. No one wanted to break the cicle. Lubricated by the blood of the dead, the wheel of Russia history rolled swiftly toward revolution and 1917. I often wonder, 'What if?' What if (which has no place in history, but does in the human heart) (...) - prefiero no revelar aqui el pensamiento de Radzinsky e incitar a leerlo- Who knows, perhaps Russia's sad history would have been different." (2005: 428).
Dostoievski, entre otros, lo había profetizado. Poco antes de 1917, el Gran Duque Nikolai Mijailovich, sobrino de Alejandro II y tio de Nicolas II, un intelectual e historiador de reconocido prestigio -que también sería ejecutado por los bolcheviques- se lo anunciaba solemnemente en una carta al Zar: "Estáis en vísperas de una Nueva Era de agitación, incluso diría una Era del Asesinato..." (Radzinsky, 2000: 427). Rasputin, Stalin y Anastasia pertenecen a esa Era del Asesinato, aunque la Gran Duquesa es de una generación más joven. Curiosamente, el enigma comienza con las fechas de nacimiento de Rasputin y de Stalin, y la de la muerte de Anastasia.
Radzinsky ha investigado las primeras y ha determinado con bastante exactitud que Rasputin nació en 1869 (el "starets" sin embargo se atribuía más años) y Stalin en 1878 (el dictador, por el contrario, se atribuía un año menos). ¿Por qué? En ambos casos había razones -digamos- de conveniencia y significación públicas. Grigory Efimovich Rasputin tenía que asumir el rol de "Viejo", aunque realmente era mucho más joven que el Zar y la Zarina, porque en la tradición ortodoxa rusa la condición de "Viejo" tenía un significado religioso, místico (mezcla de profeta y curandero, guía espiritual y mediador ante Dios) que le convenía representar como consejero aúlico de la familia imperial (Radzinsky, 2000: 26). En el caso de Stalin, el mismo autor ha investigado cuidadosamente el problema y ha concluido que la fecha oficial de su nacimiento, tal como aparece en las enciclopedias y biografías (21 o 9 de Diciembre, 1879, según los calendarios Juliano o Gregoriano) es ficticia. La real es 6 de Diciembre, 1878, según el calendario Juliano. Algunos intentos oficiales u oficiosos de escribir la biografía de Stalin, como el del historiador Yarolavsky o el del gran escritor Gorky, se encontaron con que las fuentes sobre su vida anteriores a Octubre de 1917, en palabras de su secretario personal en 1935, eran "prácticamente inexistentes". El autor reflexiona: "Stalin no quería recordar la vida del revolucionario Koba (...) y para distanciarse de él incluso cambió la fecha de su nacimiento. ¿Qué secreto había en la carrera de Koba que producía tal incomodidad a Stalin?" (Radzinsky, 1996: 12, 14).
Respecto a Anastasia, nacida en 1901, obviamente el misterio está en su muerte: ¿1918? (según Robert Massie y la gran mayoría de los historiadores). ¿1984? (según Peter Kurth y una minoría de "nuts", como él mismo reconoce con humor). Radzinsky no se pronuncia al respecto porque, aunque no subscribe expresamente las tesis de Kurth (1983, 1986) sobre Anna Anderson -pero aceptaría prologar una de sus obras en que la tesis está implícita (Tsar, 1995)-, deja abierta la posibilidad de que Anastasia y el Zarevich sobrevivieran a la masacre de la noche del 16 al 17 de Julio de 1918 (Radzinsky, 1992). De hecho, como se demuestra en la exhaustiva investigación de Greg King y Penny Wilson, los restos de Alexis y Anastasia nunca han sido científicamente identificados entre los del conjunto desenterrado en 1991 -pese a las presiones y mentiras oficiales del gobierno ruso (como diria Kurth, "liars lying to liars", en la mejor tradición bolchevique)-, ni han sido encontrados posteriormente en las múltiples búsquedas por los bosques de Koptyaki en las afueras de Ekaterinburg. Por tanto, concluyen los autores, la presunta muerte de ambos es solo, como ya habían sostenido Peter Kurth (1983) y James Blair Lovell (1991), una hipótesis histórica: "Survival of the executions at the Ipatiev House does not provide evidence of rescue, nor are two missing bodies irrefutable proof of continued life. In the end, however, the complete absence of any trace of their remains means that the deaths of Anastasia and Alexei that night are only a theory of history."
(King & Wilson, 2003: 427- 434, 469-470).
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