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Entrevista con José Luis Segura, autor de Rojo Valentino Mano a mano Digamos que la razón principal por la que José Luis Segura (Barcelona, 1936) escribe a deshora, a troche y moche, con pinceladas que corren como los salmones en las desembocaduras de los ríos, es que José Luis no es escritor; más bien, un observador nato. Sobran los adjetivos, innecesarios a fuer de superfluos. Observador. Él mismo se retrata: “Me gusta mirar lo que pasa, mirar a la gente, ser espectador, por eso estudié periodismo”. Tres años en la Escuela Oficial de Periodismo de Barcelona. El último año, en Madrid: “El día en el que se inauguró el curso, en la calle Zurbano de Madrid (‘para ser un buen periodista en España, hay que vivir un año en Madrid’), le dieron un premio al mejor alumno, un tal Luis María Anson”. José Luis Segura, alumno aventajado sin medallas, se ha jubilado. Pero sigue hincando los codos. “No es que me guste ir a clase, me gusta el mundillo universitario, el bar de la facultad”, apostilla. Por eso se apuntó a un curso de inglés, impartió la asignatura de “creatividad” en la Universitat Autònoma de Barcelona y se matriculó en l’Escola d’Escriptura de l’Ateneu Barcelonès. Su profesora, que antes fue su alumna, Rosa Maria Prats, le etiquetó: “Tienes una mirada irónica distante”. “No sé qué es eso”, le contestó José Luis, sincero. Admirador de las entrevistas telegráficas del periodista y caricaturista encorbatado Manuel del Arco (en la sección de La Vanguardia “Mano a mano”), destaca, sobre todo, su brevedad. “Con ochocientas palabras puedes contar toda una vida”, asegura, aún con la resaca de su último libro de relatos, Rojo Valentino (Ediciones Carena, 2014). Intentémoslo. Disparo. —“Relatos llenos de ironía y erotismo” pone en la faja de Rojo Valentino. —No los considero eróticos; simplemente, historias. —Historias de hoy. —Me aburre esa trascendencia de los sentimientos sobrevalorados, contar historias de uno mismo. Y me hace gracia eso de “basado en hechos reales”. Todo es realidad al fin y al cabo. —Usted se ha especializado en el marketing, que también vende humo. —El marketing, antes, ni se conocía como tal. Era una asignatura de “propaganda”. Y los marketinianos no existían. —¿Cuál sería la definición exacta? —Instrumentos para comercializar una idea y que llegue a un público masivo. Tiene mucho que ver con la producción en serie. —Y ¿por qué se metió ahí? —El virus me lo inoculó Luis Ezcurra Carillo, exdirector de RTVE. Me interesaba todo la relacionado con la comunicación, por eso hice periodismo en la Escuela Oficial, que montó el falangista Juan Aparicio, el creador del lema franquista “Una, grande y libre”; ideólogo de los principios del Movimiento. Pero luego teníamos invitados de excepción, como Josep Pla. —¿Qué recuerda de Pla? —La boina. —Y ¿qué recuerda de las clases en Madrid, en el último año de periodismo? —Qué había muchos chinos de Taiwan (entonces, Formosa). Pasar lista era divertidísimo. —¿Ejerció? —Sí, en el periódico Arriba, con Vicente Cebrián, padre de Juan Luis Cebrián, presidente ejecutivo de Prisa. Y luego en La Prensa; me pagaban cien pesetas por reportaje. Y en el Diario de Barcelona… —El periodismo duró lo que duró… —Luego abrí la agencia Círculo de Comunicación. Llevábamos las campañas de la casa Puig, de Codorniu, de Roca Sanitario… —Nada que ver con lo que pretendía. —Bueno, yo estudié porque mi padre, caballero educado al que no se le daban bien los estudios, quiso que yo tuviera oportunidades, opciones. —¿Se acuerda mucho de sus padres? —Sí. Y de la guerra, imágenes difusas que no sé si me las habré inventado. Pero tengo recuerdos de los refugios. A mi abuelo, militar del cuartel de la Ciutadella, le dieron el paseo [le fusilaron los rojos]. Y recuerdo aquella frase: “El piojo verde no es verde ni amarillo, es la miseria que nos ha traído el Caudillo”. Mi madrina me regaló un escapulario para ahuyentar el piojo verde. —Miseria de la época. —Nos llegaban los paquetes del pueblo, cestos de mimbre con arpilleras, cargados de comida, porque eran años duros de pan negro, años en los que un boniato era una fiesta. —Creció sano y fuerte pese a todo… —Y tuve buenos maestros, increíblemente buenos. Nací en la calle dels Enamorats. Y estudiaba en el instituto Menéndez y Pelayo, en la Via Augusta, colegio público en el que daban clase los represaliados del Régimen. Como el profesor Escolano, buen amigo de Gerardo Diego. Aún me acuerdo de los poemas que recitaba… —Se acuerda de quienes le dieron clase. —Y de la señorita Alcalde, que impartía “preceptiva poética”. Con ella supe distinguir la cuaderna vía del sexteto. Para mí, era como el pastel del mundo. —Guarda aquellos cuadernos. —No guardo nada, voy ligero de equipaje. —Querría ser como Antonio Machado. —No, como Eduardo Mendoza. El enredo de la bolsa y la vida. Jesús Martínez |
![]() | ![]() | «confundían a un modesto autor con un pésimo actor». De la breve entrevista que sostuvo con el Licenciado Luis Echeverría se sabe... | |
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