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Trabajo publicado en www.ilustrados.com La mayor Comunidad de difusión del conocimiento Una arquitectura para el poder El proyecto del gobernador Manuel Fresco para fundar un nuevo orden social en la provincia de Buenos Aires (1936-1940) Fernando Ciccarelli cfciccarelli@hotmail.com Introducción La temática del presente trabajo puede incluirse dentro del estudio del desarrollo de las ideas políticas en la sociedad argentina en la primera mitad del siglo XX. Teniendo en cuenta esto, nuestra investigación responde a la imagen de un mundo político y cultural dividido en dos bloques uniformes y auto conscientes de las tradiciones que los sostenían, enfrentados en un combate ideológico de “Liberales” enfrentados a “Nacionalistas” “Democráticos” a “Fraudulentos”. Es decir se trata de resolver la problemática de sistemas ideológicos conectados con determinadas circunstancias políticas, sociales, económicas y culturales dentro de los inevitables condicionamientos de un tiempo y un espacio limitados. Por eso resulta insuficiente la investigación histórica desde la sola presentación de hechos documentados, la variedad de fuentes y el aporte de otras disciplinas como la arqueología y la arquitectura, además del trabajo de campo y la utilización del recurso fotográfico hacen, posible el abordaje de la problemática desde una postura critica. Además contamos con la posibilidad de consultar a especialistas en temas de arquitectura para poder analizar los estilos arquitectónicos utilizados en nuestro país en los edificios públicos. Los planteamientos teóricos sobre el tema que adoptamos como línea de trabajo son aquellos que vinculan la relación de las ideas políticas en la Argentina de la primera mitad del siglo XX con las ideas fascistas. Los trabajos a los que nos referimos son los de Cristian Buchrucker, José Luis Romero, Alejandro Cataruzza, Alain Rouquié, Robert Potash, Tulio Halperin Donghi, etc. Este nivel de análisis responde a lo que nosotros entendemos como el desarrollo de las corrientes político ideológicas que actuaron en la Argentina en la primera mitad del siglo XX. Por ello, nuestra intención es tratar el Plan de Construcciones monumentales en la provincia de Buenos Aires durante la gobernación de Manuel Fresco como un proyecto de formación de un Nuevo Orden Social bajo una estética Nazi. El conflicto entre naciones que aspiraban al control mundial –antes de la segunda guerra mundial (1939-1945) – introdujo nuevos motivos de inestabilidad en la política argentina. Asimismo como el éxito de los regimenes totalitarios de derecha durante la década de 1930, dividió a la opinión publica entre aquellos que creían encontrar en ellos modelos adecuados para la realidad nacional y los que reivindicando la causa aliada, se identificaban formalmente con los valores de la democracia liberal. Las potencias en pugna pusieron a la Argentina en contacto con ideologías contrapuestas que comenzaron a ocupar un lugar significativo en el espacio cedido en la Argentina por la tradición de un liberalismo en decadencia. Si el liberalismo político no alcanzaba – hacia los años 30 – para interpretar y encauzar la cambiante realidad nacional, la influencia del fascismo sobre intelectuales, representantes de una clase media con aspiraciones frustradas o de sectores marginales de la oligarquía ganadera golpeados por la crisis, como así también , la de los dirigentes del conservadurismo aniquilados por el sufragio universal y la traumática experiencia de la democracia radical; enriqueció el sentimiento nacional, antidemocrático, corporativista y mesiánico de regenerar la Nación. A medida que avanzaba la década de 1930, las fuerzas armadas también recibieron el impacto y reaccionaron, aunque de manera disímil, ante esto. La Marina de formación norteamericana y tradición pro-inglesa, mostró simpatía por las naciones democráticas, encabezadas por Inglaterra, Francia y Estados Unidos. En cambio el ejército mostró menos coherencia dejando percibir diferencias ideológicas en su seno. Formados de acuerdo al modelo alemán, los oficiales tendían a simpatizar con el Reich y los países totalitarios, Italia y Japón. Aunque también estaban los oficiales liderados por Agustín P Justo, alineados en la tradición anglo-norteamericana. Todo esto confirió a este periodo, un sesgo muy característico en el que se diferenciaban dos líneas cruciales: La de los sectores que mantenían un culto teórico al liberalismo manchesteriano, reafirmando los lazos que unen a la Argentina con la economía británica; a la de los nacionalistas que interpretaban ese programa “internacionalista” como una vergüenza, y al “modelo fascista” como la solución al problema de la depresión y el subdesarrollo. Es necesario subrayar que no era solo la crítica de determinadas formas de expansión del poder político y económico internacional, lo que distinguía una corriente ideológica de otra, sino también el modo específico a través del cual esa temática se insertaba en otra toma de posición. Los nuevos alineamientos y prolongaciones que se estaban dando en el mundo, influían en los conflictos locales, alertaban fuerzas adormecidas, suministraban consignas y banderas, definían a los indecisos y ayudaban a delinear el proyecto de Agustín P Justo (1932-1938), de equilibrar el aglutinamiento de las fuerzas que reclamaban por la democracia, abriendo el juego a los sectores nacionalistas que hasta entonces habían relegado para neutralizar el avance del radicalismo sobre la provincia de Buenos Aires. Así, Manuel Fresco, aparecería en la escena política de la provincia haciendo fe publica de militancia fascista, alineando tras de si a los oficiales nacionalistas, entusiasmados con los nuevos éxitos del III Reich, haciendo campaña con su libertad entre los cuadros del ejército. De esta manera los sectores que simpatizaban con Gran Bretaña, liderados por Justo, permitían –hacia 1936- la llegada de Manuel Fresco al gobierno de la provincia de Buenos Aires, ideólogo de un proyecto de creación de “un nuevo orden social” que materializo con una serie de construcciones monumentales en mas de 15 partidos de la provincia de Buenos Aires, como Coronel Pringles, Saldungaray. Laprida, Azul, Tres Lomas, Pellegrini- entre los que se distinguen edificios tan simbólicos como palacios municipales, portales de cementerios y mataderos; imponiendo un nuevo estilo arquitectónico de estética Nazi, como respuesta a la arquitectura liberal impuesta en los edificios públicos eligiendo como único artífice de tamaña empresa al arquitecto Francisco Salamone. Esto es posible en un contexto político creado por Agustín P Justo, que aunque asediado por numerosas conspiraciones – radicales y nacionalistas- por lo menos hasta 1936, no es menos cierto que pudo controlarlas mediante un acuerdo con Manuel Fresco, a cargo de sostener la estructura de una democracia fraudulenta y de imponer un Estado prepotente y de organización fascista, provocando la alarma de la mayoría democrática del país, reducida a silencio por una situación de fuerza; sin embargo esta ultima recuperara las esperanzas – aunque por poco tiempo- con la intervención de la provincia enviada por el Presidente Roberto Ortiz ( 1938 - 1942), quien había acordado con Agustín P Justo, terminar con el fraude en la provincia. Luego del triunfo fraudulento del candidato impuesto por Manuel Fresco, Alberto Barceló- caudillo de avellaneda- en 1940, Ortiz, simpatizante de los aliados decide acabar con el proyecto fascista de “Un Nuevo Orden Social” de Manuel Fresco y su plan arquitectónico para consolidar urbanísticamente el régimen en los pueblos de la provincia simplemente enviando una intervención federal. Siendo este hecho el limite que marca el final del período que analizamos. Acerca del concepto de fascismo La mayoría de los investigadores concuerdan en que el fenómeno del fascismo presenta dificultades en establecer una tipología única, si bien pueden ensayarse comunes denominadores. No fueron lo mismo el régimen de Mussolini en Italia, que el nacional socialismo –nazismo- de Hitler, o la España franquista y el Portugal de Salazar. Intentamos, por lo tanto, establecer aquellas mínimas regularidades que nos permitan una comprensión general. Si bien es correcto referirse al fascismo1 como uno de los grandes fenómenos históricos del siglo XX, no se lo puede generalizar fuera de Europa y fuera del período que se extendió entre las dos guerras mundiales. Sus raíces son, típicamente europeas y originadas indisolublemente en el proceso de transformación de la sociedad europea determinado por la primera guerra mundial y por la crisis de la transición, moral y material, a una sociedad de masa que presentaba nuevas formas de integración estatal, política y social, especialmente en países que enfrentaron tales transformaciones en condiciones particulares de retraso, de debilidad y de anormalidad económica y política.2 Los más importantes son los casos del fascismo italiano y el nazismo alemán “que se aprovecharon de sistemas que estaban haciendo, o acababan de hacer, el tránsito a la democracia liberal mientras se enfrentaban con una crisis nacional muy influida por las relaciones exteriores y por una sensación de restricciones internacionales.”3 Mussolini en 1922 y Hitler en 1933, al frente de movimientos policlasistas, sustentados en una capacidad de liderazgo, que despreciaba por igual al comunismo y al liberalismo, llegaron al poder en sus respectivos países. Desde allí, impulsaron una rápida industrialización, el mejoramiento de las condiciones socioeconómicas de poblaciones que sufrían las consecuencias de la crisis del 30 -como Alemania- , y la recuperación del honor nacional herido en el caso alemán, por las humillaciones de la derrota en la primera guerra, en el caso italiano, porque habiendo sido una de las potencias victoriosas, los tratados de paz le impidieron hacerse de un imperio colonial, si bien el fascismo no puede ser imputado como producto absoluto de la crisis del modelo liberal democrático adquiere especial trascendencia en el contexto europeo resultante de la primera guerra mundial como respuesta al nacionalismo ensayada en sociedades en las que el paradigma liberal aún luchaba por imponerse y los procesos históricos de modernización, industrialismo, nacionalismo y construcción del Estado no habían completado el nivel de desarrollo alcanzado por Gran Bretaña o Francia. Tanto el nacional socialismo4 como el fascismo italiano compartían el ideal del Estado orgánico, es decir ambos coincidieron en adelantar una nueva concepción utilitaria, respecto al rol del Estado, que se convirtió en un instrumento omnipotente y omnipresente; esto es , como capacidad de intervención en todos los ámbitos de la sociedad e, incluso, en la intimidad de los individuos. Pero si bien este fenómeno de transformación del Estado se manifestó en ambos extremos del espectro ideológico-político, la crisis de 1929-30 propagó la tendencia al interior mismo del modelo liberal. Más allá de los estudios críticos realizados por numerosos autores coincidentes en las generalizaciones anteriormente expuestas, a los fines de este trabajo basta tal simplificación porque -aclarado el concepto de fascismo como europeo- se trata de identificar características, una estética, un modelo a imitar, ó la simple simpatía por Mussolini ó Hitler para lo cual será correcto para nosotros utilizar el concepto de “Filofascismo.”5 El comienzo de la impugnación a la democracia liberal El fracaso del liberalismo como modelo hegemónico produjo un conflicto político-ideológico. El desarrollo de las ideas en la Argentina del siglo XX no pudo escapar a la influencia de los cambios en el orden mundial; el progreso ilimitado, el sufragio universal y la economía de mercado baluartes del paradigma liberal -que ejercía su predominio desde la segunda mitad del siglo XIX- llegaba a su fin.6 Después de la primera guerra mundial, el rechazo a los gobiernos representativos fue acompañado de una crisis de valores. La oposición al parlamentarismo no significaba un rechazo a la democracia sino de la representatividad. El parlamento no cubría las necesidades de la sociedad que expresaba sus tensiones, sus miedos y contradicciones creadas por un proceso de rápida modernización. El fascismo italiano y el nazismo fueron contrarios al parlamentarismo, erigiéndose como los intérpretes de la distancia que existía entre la gente y el sistema representativo liberal. Estos sistemas elaboraron una nueva relación con las masas y nuevas formas de participación colectiva dentro del Estado. El comunismo, de un lado, y el fascismo y el nacional socialismo, del otro, construyeron las dos oposiciones a la democracia burguesa; de signo ideológico opuesto, estos regímenes fueron modelando un nuevo orden mundial. Si bien el comunismo y el fascismo no pueden ser imputados como productos absolutos de la crisis del modelo liberal democrático, la coincidencia de ambos paradigmas en adscribir a concepciones autoritarias -en la relación entre tomadores de decisiones y el conjunto de la población- adquiere especial trascendencia en el contexto europeo resultante de la primera guerra mundial. En todo caso, se trató de respuestas nacionales que derivaron hacia el autoritarismo producto de la crisis del liberalismo. De características radicales, proponían una reforma estructural del Estado para rehabilitar las economías nacionales y encauzar el consenso social tras una gran carga de chauvinismo.7 Comenzó así un período de luchas ideológicas. La segunda guerra mundial fue la expresión más brutal y acabada de la pugna ideológica. Así como la primera guerra había estado motivada por los aspectos económicos, la segunda guerra llevaba consigo el signo de las ideologías convirtiendo el campo de batalla en la lucha entre la democracia y el fascismo. Esta crisis mundial no fue ajena a la Argentina, ya desde las primeras décadas del siglo XX sectores de la elite política, intelectuales y sectores militares comenzaron a pensar en un proyecto nacionalista de restauración nacional tras el abandono de la postura nacionalista de Hipólito Yrigoyen, y del avance de nuevos sectores a la política. Desde el punto de vista ideológico, el radicalismo, facilitó los principios de legitimidad y garantía de participación por entonces ausentes, tanto desde la oposición como del ejercicio del poder. Pero con el tiempo, el radicalismo se reveló únicamente como sostenedor del régimen democrático sin poder dar soluciones a los problemas estructurales en la economía y la desigualdad social. Los resortes del poder político y las instituciones perdieron solemnidad y exclusividad, como uno de los rasgos del proceso de democratización pero no dejó de exhibir algunos rasgos de exagerada omnipotencia. Yrigoyen se apoyó en una postura paternalista- a diferencia de los conservadores- un poco más equitativa, sin evidentes tratos preferenciales, proponiendo un enfoque de la sociedad que trajo aparejado un cambio en la actitud de reconocimiento de intereses y mentalidades de las clases populares. Después de 1927 y por diferentes motivos, sectores del ejército e intereses extranjeros radicados en el país se unieron a la histórica resistencia contra el radicalismo, que encabezada por la elite conservadora, se había extendido en forma considerable. La representatividad del gobierno fue cuestionada no sólo por los conservadores y “antipersonalistas” sino que la prensa contribuyó a generar un clima de desestabilización, en el cual se mostraba a Yrigoyen como la causa de todos los males que aquejaban al país. La Nueva Republica8, semanario nacionalista, fue el medio a través del cual se difundió el planteo político que detrás de sus críticas al líder radical esbozaba un cuestionamiento a la globalidad del sistema democrático y más tarde del liberalismo económico. La idea central de la corriente nacionalista era lograr la independencia económica y el autoabastecimiento para convertir a la Argentina en una potencia industrial que respaldara el poder militar. Sin embargo, los nacionalistas no tomaron parte activa en la conspiración golpista que encabezaría José Félix Uriburu porque su idea era adjudicar al ejército la custodia de los intereses de toda la población haciendo innecesaria la contribución de civiles en el movimiento revolucionario. Pero la espontánea adhesión de civiles de los partidos conspiradores y la efervescencia ciudadana, que reunió a sectores aristocráticos con la clase media, le otorgó finalmente a la columna revolucionaria un carácter inesperadamente popular. La causalidad de la revolución del 6 de septiembre de 1930 debe su origen, entonces; a múltiples factores: la difusión de ideologías antidemocráticas en diferentes ambientes y con tonalidades variables; la lucha por el poder frente a una depresión económica en la cual se dirimía quienes soportarían el peso de los sacrificios y una sociedad incapacitada para reconocer el valor de la experiencia democrática ante cualquier factor transitoriamente adverso El golpe de Uriburu se enmarca en la crisis de las democracias occidentales de entre guerras y su condena al liberalismo, que había hecho de Buenos Aires la más europea de las capitales latinoamericanas, postergó el desarrollo de las industrias del interior en favor del enemigo tradicional de la Republica -Inglaterra-9; el liberalismo en la Argentina era “el predominio del extranjero”.10 Esta posición significaba que los sectores situados a la derecha del espectro político11 comenzaban a recuperar el poder político perdido por la expansión electoral del radicalismo y por el ascenso de las clases medias y bajas que amenazaban el orden oligárquico, apelando al pensamiento de los nacionalismos emergentes, de orden, disciplina y unidad espiritual; una concepción de la autoridad basada en la jerarquía y el talento, cierto desprecio por el análisis de los problemas económicos y una cuota creciente de antisemitismo, la convicción de que las condiciones políticas podían modificarse mediante el uso de la fuerza, y finalmente, el concepto de que el nacionalismo debía constituir un movimiento y no un partido político.12 Embarcados en una prédica abiertamente antidemocrática, los nacionalistas buscaban imponer una reforma constitucional en un sentido corporativista que se enfrentaban con algunos sectores de la opinión pública y del ejército controlados ideológicamente por Agustín P. Justo. La crisis del sistema liberal, de la Constitución y de la Ley Sáenz Peña justificaban la construcción -por parte de los intelectuales nacionalistas- de una mística corporativa teñida de un fuerte mesianismo patriótico que abominaba de la política y que se reflejaba en las páginas de la Nueva República. Elitistas confesos los redactores del periódico descontaban que el apoyo popular se daría naturalmente como quien sigue a una vanguardia iluminada porque a la visión autoritaria de la política le correspondía una peculiar concepción de la sociedad, a la que dividían en dos clases: la de los productores y la de los administradores unos producen para todos mientras los otros administran, distribuyen y ordenan; a estos últimos por supuesto, les estaba reservado el control del Estado.13 Los jóvenes de la nueva Republica no habían descubierto aún otra función para el Estado que la de administrar y garantizar el orden. Si en alguna ocasión mencionaron la necesidad de establecer determinada empresa mixta, afirmaban también que el Estado no debía ser empresario, no debía producir. El Estado, sostenían, “no produce, y cuando lo hace desnaturaliza sus funciones.”14 Sumados a estos jóvenes intelectuales aparecían la revista Criterio y Baluarte en 1928, las organizaciones civiles Liga Republicana (1928), Liga Patriótica Argentina (1919) y la Legión de Mayo (1930); esbozo de una ideología autoritaria y antidemocrática que comienza a ver en la cuestión de la “dependencia” la tendencia del desarrollo del nacionalismo a largo de los años treinta. La influencia que ejerció el paradigma autoritario y antidemocrático de este primer nacionalismo sobrevivió, sin embargo, al grupo que le dio origen. Con Yrigoyen preso, Alvear en París simpatizando con la intervención militar y la presión simultánea de los partidos federados, el ejército y los principales medios de prensa el gobierno comenzó a ensayar una salida electoral que plebiscitara la gestión de Uriburu para recuperar la iniciativa política. La estrategia establecía una serie de elecciones de autoridades provinciales que se iniciaría en abril de 1931 en la provincia de Buenos Aires.15 El descrédito del radicalismo -pensaba Sánchez Sorondo-16 favorecerá el triunfo conservador en la provincia de Buenos Aires y a su vez ayudará a concentrar mayor cantidad de cargos para sus dirigentes en futuras elecciones. Sin embargo la catastrófica derrota en las elecciones bonaerenses de abril de 1931 reveló la capacidad electoral que aun mantenía el radicalismo, a pesar de no contar con H.Yrigoyen -todavía preso en Martín García-. El uriburismo recibió un duro golpe que precipitó la caída de Sánchez Sorondo y reaccionó suspendiendo el cronograma electoral para posteriormente anular las elecciones bonaerenses. Esta medida, sumada al desprestigio de Sánchez Sorondo motivó el avance del justismo sobre el control del gobierno que decide convocar a elecciones en todo el país para noviembre de 1931. El triunfo radical en la provincia de Buenos Aires puso en jaque a las pretensiones hegemónicas del conservadurismo bonaerense y consolidó a Agustín P. Justo como el único candidato que podía encolumnar detrás de sí a conservadores, antipersonalistas y socialistas independientes. Entre 1930 y 1932 Justo conformó la Concordancia -una coalición política heterogénea- y logró asimilar la simpatía de sectores económicos importantes y de la mayoría de los oficiales del ejército. Por supuesto, que Justo no podía ser el candidato de la UCR y tampoco lo era de Uriburu; y fueron los conservadores los que advirtieron la conveniencia de llevar a un general en su fórmula presidencial. Vetada la formula encabezada por Alvear, perseguidos y deportados sus dirigentes, el partido Radical fue de hecho eliminado de la contienda. El hombre de la Concordancia había pasado a ser también el del gobierno -que prefería el triunfo de un camarada de armas- que apoyado en las tradicionales prácticas fraudulentas llegaba al poder el 8 de noviembre. . |