Estudios sociologicos en torno al deporte, la violencia y la civilizacion




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EL FENÓMENO DEPORTIVO
ERIC DOMING

ESTUDIOS SOCIOLOGICOS EN TORNO AL DEPORTE, LA VIOLENCIA Y LA CIVILIZACION. Error: Reference source not found

ESTUDIOS SOCIOLOGICOS EN TORNO AL DEPORTE, LA VIOLENCIA Y LA CIVILIZACION. 2

1 LAS EMOCIONES EN EL DEPORTE Y LAS ACTIVIDADES DE OCIO
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EL FENÓMENO DEPORTIVO 41

EL FENÓMENO DEPORTIVO EL DEPORTE EN EL PROCESO CIVILIZADOR DE OCCIDENTE 43


EL DEPORTE EN EL ESPACIO Y EN EL TIEMPO 69



Formación de los Estados de Europa occidental y el desarrollo del deporte moderno
76



EL DESARROLLO DEL FÚTBOL COMO DEPORTE MUNDIAL
83


5 LA DINÁMICA DEL CONSUMO DEPORTIVO
109


clásica». Dado el dinero que genera este deporte y el ritmo acelerado de los cambios globales y europeos, han desaparecido las normas por medio de las cuales la codicia de los individuos solía mantenerse bajo una vigilancia razona ble. Sería útil que el Comité tratara de abordar este tema con urgencia, o que el gobierno tratara de encontrar un remedio a la creciente patología social de lo que ya no es un «simple juego», sino una industria del deporte que ha crecido hasta tener gran importancia a nivel nacional. 132

6 EL HOOLIGANISMO EN EL FÚTBOL COMO PROBLEMA SOCIAL MUNDIAL
133



7 LA VIOLENCIA DE LOS ESPECTADORES DEPORTIVOS
EN NORTEAMÉRICA
164


8 EL DEPORTE EN EL PROCESO DE ESTRATIFICACIÓN RACIAL El caso de Estados Unidos 181

9 DEPORTE, GÉNERO Y CIVILIZACIÓN
221


CONCLUCION: 238


ESTUDIOS SOCIOLOGICOS EN TORNO AL DEPORTE, LA VIOLENCIA Y LA CIVILIZACION.


Temas deportivos es una introducción general al estudio del deporte. Abor— da gran variedad de estudios, como la razón por la cual el deporte moderno se desarrolló primero en Inglaterra, el papel del deporte en el proceso civilizador europeo, la entronización del fútbol como deporte mundial o la comercialización y profesionalización cada vez mayores del deporte. También se tratan temas relacionados con el género y deporte o el deporte y la estratificación racial.
Fundamentado en distintas perspectivas teóricas, sobre todo en la obra de Norbert Elias, y en el análisis sistemático de otras corrientes de pensamiento, como el marxismo y el postestructuralismo de Foucault, El fenómeno deportivo ofrece una amena introducción al deporte desde una perspectiva sociológica y, por tanto, es una lectura esencial para todo estudiante de este ámbito del conocimiento.
Eric Dunning es catedrático emérito de sociologfa en la Universidad de Leicester y profesor invitado de sociología en el University College de Dublín. Es autor de varias obras, entre las que se incluye en español Deporte y ocio en e/proceso de la civilización (1992, en Fondo de Cultura Económica) junto a Nobert Elias.


Temas deportivos es el tercer libro de una serie. Debe considerarse una continuación de Questfor Excitement (1986) y Sport andLeisure in the Civilizing Process (en espafioi, Deporte y ocio en el proceso de civilización) (1992). Al escribirlo, tres han sido mis pretensiones fundamentales: (1) clarificar, probar y ejemplificar lo provechoso del paradigma figuracional/sociológico de Norbert Elias, sobre todo la teoría de los (
y (3) deseo contribuir a que la sociología del deporte sea mis pluricultural y muestre menos tendencia al nacionalismo como ha ocurrido hasta ahora, para lo cual he escrito no sólo sobre el deporte en Gran Bretaña, sino también en otros países, incluyendo aspectos de la globalización del deporte.
Si he logrado alguna de estas metas, será por la ayuda que he recibido de amigos y colegas, especialmente: Pat Murphy, Ken Sheard, Ivan Waddington, Joe Maguire, Joop Goudsblom, Stephen Menneil, Richard Kilminster, Cas Wouters, Chris Rojek, Chris Shilling, Mike Attalides, Melba Sweets, Syd Jeffers, Bero Rigauer, Hubert Dwertmann, Günther Lüschen, Helmut Kuzmics, Michael Krüger, Núria Puig, Klaus Heinemann, Paco Lagardera, Francisco Sobral, Beatriz Ferreira, Ademir Gebara, Raschid Siddiqui, Pillen Guttmann, Koichi Kiku, Richard H. Robbins, Roger Rees, Jay Coakley, David Miller, Liam Ryan, Peter Donnelly, Kevin Young, Earl Smith, Nancy Bouchier, Frank Kew, Martin Roderick, Dominjc Malcolm, Jason Hughes, Graham Curry e Jan Stanier. Mi agradecimiento a todos ellos. Finalmente, y no por eso en menor grado, gracias a Sue Smith por realizar con alegría incansable y gran eficacia la laboriosa tarea de mecanografiar el manuscrito. También Anne Smith y Lisa Heggs contribuyeron heroicamente en las últimas fases.


El deporte como campo de estudio sociológico
La importancia sociológica del deporte
La idea de titular este libro con el nombre Temas deportivos es de Chris Rojek. Si bien mi intención era ponerle un título mis convencional y académico como Deporte, sociedad y civilización, cuando Chris me sugirió Temas deportivos, lo adopté por su significativa ambigüedad. Me pareció atractivo porque dejaba implícito el tema del libro y trasmitía la idea de su importancia.
No es necesario demostrar con hechos y cifras que el deporte es importante. Basta ofrecer unos cuantos datos, que no podrán negar las personas indiferentes al deporte ni las que lo aborrecen. Pensemos, por ejemplo, en la atención que los medios de comunicación prestan regularmente al deporte: la cantidad de dinero —público y privado— que se invierte en deporte; el grado de dependencia en la publicidad del negocio del deporte; la mayor implicación del estado en el deporte por razones tan diversas como el deseo de combatir la violencia de los espectadores, mejorar la salud pública o aumentar el prestigio nacional; el número de personas que con regularidad practican deportes o asisten como espectadores, por no hablar de los que dependen directa o indirectamente de él; el hecho de que el deporte funciona como algo afin a una coiné que no sólo permite estrechar lazos entre amigos, sino también romper el hielo entre extraños (esto, por supuesto, es sobre todo un fenómeno masculino, aunque vaya cambiando lentamente); el abundante empleo de metáforas deportivas en esferas aparentemente tan diversas de la vida como la política, la industria y el ejército, hecho indicador del eco emocional y simbólico del deporte, y para concluir, las ramificaciones, a nivel nacional e internacional, «sociales» y «económicas»,’ negativas y positivas, de competiciones internacionales como las Olimpiadas y los Mundiales de futbol. Ninguna actividad ha servido con tanta regularidad de centro de interés y a tanta gente en todo el mundo.
Las claves de la importancia del deporte emanan de la psicología de jugadores y espectadores. Desde el punto de vista «postestructuralista» o «foucaltiano», John Fiske sugirió recientemente que «una de las razones de la popularidad del deporte como actividad contemplativa es su capacidad para desconectar el mecanismo disciplinario del mundo laborai>. El deporte, arguyó, es un «panóptico
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invertido» en el que los aficionados, cuyo comportamiento «se vzi la y conoce a la perfección» en el trabajo, se convierten en espectadores de jugadores que, en virtud de su «completa visibilidad>, devienen «tentetiesos epistemológicos en los que los aficionados pueden descargar su frustración». Además de la cultura general, ci deporte, según Fiske, aporta:
cimas de experiencia intensa en que el cuerpo se identifica con las condiciones externas, y se libera de la diferencia represiva entre su co ntrol y nuestro sentido de la identidad. Los aficionados suelen experimentar esta intensidad como una liberación, una pérdida del control. Los aficionados suelen emplear metáforas afines a la locura para describirla, y la locura, como nos enseña Foucault, es lo que queda justo fiera de los límites de la civilización y el control.
(Fiske, l991a: 11-20)
Este razonamiento es perspicaz pero limitado. No se trata sólo de «cultura popular» sino de «cultura elevada» que proporciona oportunidades de sentir «grandes cotas de experiencia intensa». Además, «los controladores» y no sólo los que son «controlados» suelen estar «locos» por el deporte, lo cual sugiere que el deporte moderno no es específico de una clase social como presupone Fiske.
Tampoco las sociedades modernas se dividen estructuralmente en «controladores» y «controlados». Las personas que son controladas en un contexto suelen ser controladores en otro; por tanto, los obreros a quienes controlan los encargados son (o intentan ser!) controladores de sus hijos. De forma parecida, aunque los maestros de escuela están subordinados al director y a las autoridades educativas locales y nacionales, son —al menos oficialmente— controladores de sus alumnos. Y por dar un ejemplo del deporte profesional británico, los gerentes del fútbol pueden estar subordinados formalmente a comités de dirección, si bien son controladores de los jugadores.
Además, como ha ido aumentando la preocupación a nivel mundial por la falta de orden del público en ios últimos años, sobre todo pero no exclivamente en el fútbol, los estadios deportivos se han convertido cada vez más en panópticos, pues implican una vigilancia más estrecha por parte de la policía y cuerpos auxiliares —a menudo empleando circuitos cerrados de televisión— sobre el público al que Fiske describe como espectadores. Con no poca frecuencia se echan por tierra las estructuras formales de control en todos los ámbitos de la vida. No obstante, a pesar del aparente fracaso en apreciar tales complejidades, la contribución de Fiske ha sido valiosa por llamar la atención sobre la necesidad de relacionar el deporte con el control social.
Ya en la década de 1960, Norbert Elias y yo emprendimos un examen preliminar de los deportes desde una perspectiva en ciertos sentidos parecida a la

de Fiske (Elias y Dunning, 1986).2 También versaba principalmente sobre el deporte y el control social. Más en concreto, sugerimos que una de las flinciones principales de ver y practicar deportes es que permite a personas que por lo general son «controladores» y «controlados» —sean de clases altas o bajas— emprender la «búsqueda de emociones». Parece ser un antídoto a la rutina y los controles que, en términos generales y no sólo en el mundo laboral, han copado la vida diaria de las sociedades industriales avanzadas y relativamente «civilizadas», con lo cual no sólo libran del aburrimiento sino también —yio que es más importante— de los sentimientos de «esterilidad emocional».
Más específicamente —y hablamos sobre todo de deportes que son más una actividad voluntaria que obligatoria, ya que es su forma predominante en la actualidad—, esbozamos la hipótesis de que el deporte implica la búsqueda de una actividad emocional desrutinizante y agradable a través de lo que llamamos «motilidad», «sociabilidad», «mimesis» o una combinación de las tres cosas.3 Es decir, el deporte voluntario parece orientarse en gran medida a obtener satisfacción de la actividad física y del contacto social que se mantiene en los deportes, y a despertar afectos que recuerdan de forma lúdica y placentera las emociones que se generan en situaciones críticas. Por supuesto, con estos afectos se mezclan satisfacciones cognitivas parecidas a las de los placeres intelectuales obtenidos con la elaboración de estrategias deportivas y la memorización de estadísticas, y a placeres estéticos como los que se derivan de la ejecución o contemplación de una maniobra deportiva habilidosa y/o de bella factura. Como dijo Maguire (1992), el deporte implica sobre todo una «búsqueda de la importancia de las emocione.ç».
También puede decirse que los deportes son como un teatro sin guión y en gran medida mudo, y que el despertar emocional puede mejorar con una presentación espectacular, con el «contagio» emocional que se experimenta al formar parte de una multitud expectante, y con la «actuación» que realizan no sólo los deportistas sino también los espectadores. Pero, para experimentar emociones en un acontecimiento deportivo, hay que preocuparseen uno o más de tres sentidos. Hay que preocuparse por el deporte per se. Si somos participantes directos, tendremos que preocuparnos de nuestra propia actuación. Y si somos espectadores, tenemos que preocuparnos de los participantes o contendientes. A fin de experimentar completamente las pasiones, hay que estar comprometido, hay que querer ganar, sea como participante directo y por interés propio, ya que está en juego la propia identidaa o como espectador, porque uno se identifica con alguno de los jugadores o equipos en liza. Las cuestiones sobre la identidad e identificación tienen importancia crítica para el funcionamiento rutinario de los deportes y para alguno de los problemas que éstos generan periódicamente.
Fiske retoma nuevamente este aspecto del problema cuando escribe: «La liberación no es sólo placentera en sí, sino porque abre espacios donde los aficionados

se crean identidades y establecen relaciones que les permiten conocerse deforma distinta a como lo hacen dentro de un orden vigilado» (Fiske, 199 la: 15, 16). Discutiblemente, una forma más satisfactoria de expresarlo sería decir que un aspecto importante de los deportes en las sociedades modernas es su desarrollo como un enclave donde se permite experimentar un grado de autonomía bastante alto —pero crucialmente variable— en cuanto al comportamiento, la identidad, identificación e identidades se refiere. Por supuesto, las variaciones dependen en gran medida del grado en que los grupos poderosos perciben como problemático el comportamiento en un deporte particular. Pasemos a examinar mis a fondo las cuestiones de la identidad y la identificación.
En las teorías sociológicas4 influidas por la filosofía, a veces se pasa por alto que uno de los pocos rasgos universales de las sociedades humanas es el hecho de que, desde el comienzo hasta el final de la vida, los seres humanos se orientan hacia y dependen de otras personas (Elias, 1978). También a nivel universal y en el contexto de las interdependencias que constituyen el elemento básico de la vida humana, la autonomía de las personas tiende a aumentar y su dependencia a disminuir a medida que maduran. Luego, al entrar en la vejez, la autonomía tiende a decrecer y la dependencia vuelve a aumentar. Dicho de otro modo e ignorando por el momento, por ejemplo, la estructura clasista de sociedades como la británica o la veneración a los ancianos en países como China, los grados de dependencia varían en parte como una función de la edad biológica. Sin embargo, el incremento de la dependencia que suele acompañar a la vejez es un aspecto de la interdependencia menos relevante para los propósitos presentes que la autonomía creciente que suele acompañar a la madurez social y fisica de los jóvenes.
En la maduración y autonomía crecientes de las personas participa un proceso de individualización durante el cual aprenden a pensar en sí mismas como en un «yo», hasta adquirir una identidad y sentido de sí mismas. Esta individualización y formación de la identidad son el producto de procesos de interacción entre el ser en desarrollo y otros seres humanos, y varían los grados de individualidad socialmente generada, entre otros, con la diferenciación estrucmral de las sociedades.6 Sin embargo, mis acorde a nuestros propósitos es que una de las condiciones previas «saludables» para la individualización en las con sideradas sociedades modernas es el establecimiento de lazos con otros que no son ni demasiado distantes ni demasiado cercanos, que produzca un equilibrio entre autonomía y dependencia. Se trata de establecer un equilibrio socialmente apropiado entre el «yo y el nosotros» (Elias, 1991 a), mediante el cual una persona es considerada por otras ni demasiado autónoma ni demasiado dependiente de los grupos a los que pertenece.
Los vínculos que establecen los seres humanos comporta una interdependencia directa con personas concretas, como padres, hijos y amigos, así como

la interdependencia indirecta con colectividades como ciudades, clases sociales, mercados, grupos étnicos y naciones. Sean directos o indirectos, tales vínculos tienden a ser inclusivos y exclusivos al mismo tiempo. Es decir, la pertenencia a cualquier grupo (Elias, 1978) tiende, en general, a implicar sentimientos positivos hacia otros miembros del grupo e intenciones prefijadas de hostilidad y competitividad hacia los miembros de otro u otros grupos. Aunque este patrón pueda modificarse —por ejemplo, a través de la educación— es fácil observar la frecuencia con que la misma constitución de grupos y su continuación en el tiempo parecen depender de la expresión regular de hostilidad e incluso de la lucha real con los miembros de otros grupos. Parece que con regularidad surgen patrones específicos de conflicto junto con esta forma básica de vinculación humana, y que al mismo tiempo se forma un foco para reforzar los lazos del grupo. Los patrones de conflicto se manifiestan claramente en la esfera del deporte, por ejemplo, el hooliganismo en el fútbol que, en el Reino Unido y otros países, ha generado recientemente un aumento de los controles sociales hasta un grado en que se ha puesto en peligro la autonomía relativa del fútbol como ámbito habitual para disfrutar de una experiencia deportiva.
En las sociedades industriales modernas, el deporte ha adquirido importancia a nivel individual, local, nacional e internacional. La valoración concreta del deporte en general y en particular en una sociedad o grupo dados desempeña un papel importante en la formación de la identidad de los individuos, por ejemplo, en la jerarquía y en el concepto de uno mismo entre los varones —y cada vez más entre las mujeres— como «buenos» o «malos» futbolistas, jugadores de béisbol, cricket, etc. Dicho de otro modo, los deportes modernos son algo mis que simples lizas en que dirimir quién corre más rápido, salta más alto o marca más goles; también son formas para probar la identidad que, dado que la gente ha aprendido el valor social del deporte, son cruciales para la opinión de sí mismos y su rango como miembros de un grupo. De hecho, se cree que durante los últimos 200 años, en las sociedades industriales, el deporte ha influido cada vez más en la forja de la identidad de los hombres; con la entrada de mujeres en este coto antes exclusivo de los hombres, el deporte se ha convertido en un medio donde se libran batallas por la identidad y el papel de los sexos.
Ciertamente, el deporte no sólo es importante para probar la identidad individual, sino también para los procesos afines intergrupales y para la estructura jerárquica de los países. Para apreciarlo sólo se necesita, por ejemplo, pensar en las competiciones deportivas entre escuelas de pueblos o ciudades, equipos o clubes que representan a los pueblos o ciudades en cuestión, y naciones en competiciones mundiales como las Olimpiadas o los Campeonatos del Mundo de fútbol, cricket o rugby. No todo el mundo opina lo mismo. Hay perso nas que odian el deporte, otras se muestran indiferentes y hay amantes del deporte a quienes «les chiflan» unos deportes y no otros. No obstante, muchas personas experimentan sentimientos de regocijo y orgullo cuando, por ejemplo, el equipo escolar de sus hijos gana un torneo entre institutos, o un equipo o club que representa a la ciudad gana la Superbowl o la Copa de la Liga, uno de los equipos nacionales gana un torneo internacional o un miembro de su nación o grupo étnico gana en las Olimpiadas u otra prueba mundial. Y también se producen sentimientos de desánimo e inferioridad cuando en cualquiera de estos niveles pierde el equipo o individuo con el que se identifican.
En resumen, el deporte se ha vuelto importante en las sociedades modernas para la identificación de los individuos con las colectividades a las que pertenecen, es decir, para la formación y manifestación de sus sentimientos colectivos y el equilibrio grupal. Mediante la identificación con un equipo deportivo, la gente expresa su identificación con la ciudad a la que representa o quizá con un subgrupo concreto, como una clase social o etnia. Hay una razón para creer que, en las sociedades industriales modernas, complejas, fluidas y relativamente impersonales, la pertenencia o identificación con un equipo deportivo aporta a la gente un puntal para su identidad, una fuente de sentimientos grupales y un sentido de pertenencia en lo que de otra forma sería una existencia aislada ob que Riesman (1953) ha llamado «la soledad de la multitud». Se ha sugerido que el deporte también puede desempeñar tales funciones en las áreas
banizadas de los países del Tercer Mundo (Heinemann, 1993). Dicho de otro modo, el deporte proporciona hoy en día a países de todo el mundo un ámbito donde la gente puede reunirse y estrechar lazos, aunque sea fugazmente, y
—aunque dependa obviamente y entre otras cosas del grado de estabilidad organizadora de los deportes en cuestión— puede aportar a la gente un sentimiento de continuidad y razón de ser en contextos muy impersonales y amenazados por lo que muchos consideran un cambio desconcertante.
Sobre todo desde el final de la guerra fría y la aparición de las llamadas «nuevas tecnologías», el rápido cambio social se ha convertido en un fenómeno no sólo nacional sino global. Una parte importante de este proceso implica la desaparición de muchos patrones antiguos de trabajo e integración social, y el surgimiento de otros nuevos. En ese contexto —aunque una vez más no nos refiramos a continuidades absolutas— la lealtad a los equipos deportivos puede # proporcionar un anclaje útil en un mundo cada vez más incierto. Concretaremos esto con unos pocos ejemplos: la antigua Unión Soviética se ha hundido; Yugoslavia ha estado envuelta en una guerra civil; muchos canadienses francófilos quieren separarse de sus compatriotas anglófonos, así como los escoceses del resto del Reino Unido; las naciones de la Europa del Este pueden o no querer formar un estado federal, pero, en medio de todos estos imponderables, sobreviven el Dinamo de Moscú, los Rangers, el Celtic, los Minesota Twins, los

Toronto Blue Jays, los Montreal Canadiens, el Arsenal, el Schalke 04, el Marsella, la Juventus, el F.C. Barcelona y el Estrella Roja de Belgrado.
Las personas más comprometidas con el deporte suelen .recibir el nombre de «fans», abreviatura del término «fanáticos». En el caso de los fans más comprometidos y quizá también para otros, el deporte funciona como una «religión suplente» (Coles, 1975). Pruebas de ello las tenemos en la actitud reverente de muchos fans hacia sus equipos y la idolatría por jugadores concretos. No es inhabitual que estos fans conviertan sus dormitorios en templos. Por supuesto, a diferencia de las principales religiones del mundo, el deporte no ofrece una teología elaborada. No obstante, por lo que se refiere a los fans y a su compromiso e identificación con un club particular, «celebrar» o «adorar» a una o más colectividades a las que pertenecen posee algunas características religiosas en el sentido de Durkheim (1976). De hecho, según Diem (1971), todos los deportes tienen su origen en un culto. El análisis de Durkheim sobre la «efervescencia colectiva» generada por los rituales religiosos de los aborígenes australianos, en los cuales vio la raíz de la experiencia y concepto de lo «sagrado», puede trasladarse mutatis mutandis a los sentimientos de emoción y celebración comunitaria que constituyen una experiencia cumbre en el contexto del deporte moderno. Parte de la explicación de la creciente importancia del deporte en las sociedades modernas podría ser que ha pasado a cumplir algunas de las funciones antes ejercidas por la religión. Es decir, puede cubrir parte de las necesidades que un número cada vez mayor de personas no logran satisfacer en las sociedades científicas y secularizadas de nuestra era.
La desatención del deporte por parte de la sociología
De lo dicho hasta el momento podría suponerse que el estudio del deporte ocupa un lugar importante en las ciencias sociales. En la sociología, por ejemplo, podría esperarse que fuera objeto de la investigación en al menos tres órdenes: como tema de estudio en sí; como tema enseñado bajo el encabezamiento genérico de «sociología del ocio» y como tema incluido en el marco de uno o más de las subdivisiones tradicionales, por ejemplo, dentro de la educación, la desviación y el sexo. Sin embargo, lo que uno se encuentra es una situación en la que el deporte permanece virtualmente ignorado. No es difícil hallar posibles razones. La desatención parece radicar en gran medida en que uno de los impulsos principales del desarrollo de la sociología ha sido más ideológico que científico en al menos dos sentidos.
Primero, muchas de las personas que hasta la fecha han contribuido al tema parecen haber estado motivadas más por un deseo a corto plazo de «hacer algo» que por un deseo de contribuir al conocimiento. Por ejemplo, muchos marxistas se han tomado al pie de la letra la decimoprimera tesis de Marx sobre Feuer— bach. Es decir, su visión de la sociología está influida por el punto de vista de Marx de que «los filósofos han interpretado el mundo... cuando lo importante es cambiarlo» (Marx y Engels, 1942), como si «interpretación» y «cambio» fueran algo antitético. Como resultado, entre sus motivaciones laborales han pesado más las consideraciones morales y políticas que la preocupación científica. No parecen haber apreciado que Marx intentara desarrollar la base de un <(socialismo científico» en el que la acción política pudiera basarse en una teoría del cambio social sustentada empíricamente y contradicha por su «decimoprimera tesis». De hecho, aunque las tesis sobre Feuerbach se construye mejor como un ataque al materialismo mecanicista y el idealismo de Hegel, puede argüirse que la obra de Marx implica lo contrario a la decimoprimera tesis, a saber, que «los actores políticos han tratado de cambiar el mundo de distintas formas, aunque lo importante sea comprenderlo».
Para los sociólogos, la teoría y el conocimiento —que sólo pueden desarrollarse fundamentalmente mediante la interacción continua con la investigación empírica— deberían preceder a la acción dirigida a cambiar el mundo. Este es un argumento a flivor de la teoría y la profundización en la comprensión fundamental del complejo mundo en que vivimos. No es un argumento contra la acción política sobre la investigación encaminada a una intervención aquí y ahora. De hecho, yo emprendí un intento de llevar a cabo una intervención práctica en Inglaterra durante la década de 1980 contra el hooliganismo en el fútbol. Sin embargo, esta intervención se basó en una investzación guiata por lo teoría y eso es lo importante (Williams y cols., 1989).
Durante la década de 1960, un argumento habitual de los marxistas fue que la sociología era una ciencia «burguesa» nacida de «un debate con el fantasma de Marx» y, por tanto, una defensa del capitalismo. Este argumento no estaba falto de méritos, quizás especialmente en relación con el dominio en aquella época del funcionalismo de Parson y el empirismo. Sin embargo, en la Gran Bretaña de los ochenta —y tal vez en otros sitios— la idea contraria ganaba terreno; a saber, que la sociología era un tema «subversivo» preocupado por generar movimientos revolucionarios.
También esta idea entrañaba cierta verdad, ya que, por ejemplo, algunos sociólogos implicados en el movimiento estudiantil de los sesenta ocupabanor aquel entonces cargos de importancia y habían adquirido poder en el marco de la enseñanza y la investigación. Sin embargo, si se presta atención al desarrollo de esta cuestión a largo plazo, está claro que, de acuerdo con las pretensiones de los ideólogos de derechas e izquierdas, la sociología surgió en más de un punto del espectro político. Por ejemplo, en Estados Unidos el término «sociología» lo emplearon antes de la Guerra de Secesión los llamados «Comteanos sureños», como Hughes y Fitzhugh, como parte de su defensa de la esclavitud (Ly man

1990; ver también el capítulo 8). En ciertos períodos y países, este asunto estado dominado por los seguidores de una determinada posición política, si bien sus orígenes no pueden describirse legítimamente como derivados tan sólo de la derecha, la izquierda o el centro. Su interés se centra en la expansión del conocimiento, y las personas de mayor persuasión política han hecho sus contribuciones en este sentido.
El amplio compromiso de los sociólogos con una concepción preocupada por contribuir a solucionar los problemas presenta ahora un discutible desinterés por la psicología, al estar a punto de contribuir al desarrollo de una fuente fiable de conocimientos básicos sobre los seres humanos y sus sociedades en todos los aspectos. Como demostró Elias (1987), el desarrollo de las ciencias naturales manifiesta la lucha por liberarse de «exámenes heterónomos» —de los advenedizos que dictan el curso de las investigaciones y de las preocupaciones acientíficas— y mediante el «desvío a través de la imparcialidad» —luchando por contener las emociones y evaluar momentáneamente los valores con el fin de centrarse en la investigación del objeto per se— aumenta las posibilidades de obtener diagnósticos fiables y hallar soluciones factibles.
Sin embargo, por lo que concierne a nuestros intereses, una orientación dominante hacia la solución inmediata de problemas está casi obligada a dejar de lado áreas de la vida social como el deporte. Esto se debe precisamente y en gran medida a que, según tal orientación, el estudio del deporte es trivial en comparación con los temas realmente importantes que abordan los sociólogos convencionales. Sin embargo, si esta línea de razonamiento de Elias tiene algún sentido, es posible que el interés centrado únicamente en la solución de los problemas presentes sea contraproducente y contribuya a generar consecuencias indeseables e imprevistas hasta el punto de dejar de lado la preocupación por él conocimiento per se. Por otra parte, es probable que una orientación centrada sobre todo en el conocimiento per se no sólo termine evitando el olvido arbitrario de áreas importantes de la vida social como el deporte, sino también dando con la solución realista a los problemas del deporte y otras áreas. También es probable que favorezca políticas y formas de acción mediante las cuales se minimicen las consecuencias indeseables e imprevistas. Pero, por supuesto, este interés por el conocimiento relativamente independiente tiene que atemperarse con una implicación motivadora y que lleve a la familiarización. Dicho de otro modo, es cuestión de esforzarse, no con una valoración completamente libre (sea lo que quiera significar), sino para lograr un equilibrio sensato entre la Independencia y la implicación.
Tal vez haya sido inevitable el estancamiento de la sociología en luchas políticas. No quiere esto decir que neguemos que, en cuanto se han conducido por canales científicos, las motivaciones políticas hayan influido positivamente en el aumento de los conocimientos sociológicos. El molde ideológico de los paradigmas dominantes de la sociología y ci consiguiente descenso de categoría del deporte como tema para la teorización y el estudio no pueden buscarse simplemente en las fuentes políticas.
Dos patrones de pensamiento acrítico aparentemente muy enraizadas en Occidente también han desempeñado un papel discutible. El primero es la tendencia al «economismo», ex decir, la predisposición a dar por sentado que la «economía» constituye el «ámbito social» de mayor valor e importancia «casual», junto con la tendencia a explicar hasta los fenómenos que no son económicos en términos económicos reduccionistas. Este patrón no sólo se halla en el marxismo, sino en la obra de autores con ideología de centro y derecha. El segundo patrón de pensamiento acrítico es la tendencia a desarrollar un pensamiento dual, es decir, a dividir conceptualmente fenómenos interdependientes como individuos y sociedades, acción y estructura, cuerpo y mente, racionalidad y emoción, implicación y objetividad, convirtiéndolos en dicotomías absolutas donde los opuestos polarizados se conciben como si tuvieran una existencia aparte. Esta tendencia también la comparten la izquierda, la derecha y el centro, y también muchos sociólogos de inclinación positivista que comparten la visión figuracional del tema relacionado con el conocimiento.
Resulta razonable suponer que las raíces de esta tendencia acrítica al pensamiento económico se hallan en parte en la ética protestante sobre la cual Wcber (1930) llamó la atención. Sin embargo, de la misma forma que Wcber hablaba claro al argüir que esta ética era un producto del capitalismo y viceversa, también parece plausible sugerir que el carácter acrítico del economicismo se asocia de modo consecuente y no casualmente con e1 dominio de los modos de producción capitalistas en el mundo moderno. Asimismo, es razonable suponer que el economicismo es tanto producto como base del poder de las sociedades capitalistas de los grupos burgueses y sus valores. Entre las víctimas del carácter acrítico de estos valores están las dificultades afrontadas para persuadir a la gente de la importancia de los temas ecológicos, incluyendo los efectos ecológicos del deporte.
Este razonamiento de por sí complejo puede desarrollarse. La tendencia al pensamiento económico también puede relacionarse con las formas en que los procesos civilizadores de Occidente implican una tendencia donde los valores militares se relegan a una posición subordinada respecto a los valores de la producción sin violencia. Esto no significa que hayan desaparecido de Occidente los valores militares, sino más bien que —en comparación, digamos, con las sociedades de su pasado feudal— los roles militar y político han tendido a diferenciarse y que, correlativamente, el personal militar ha tendido a estar subordinado político.
Una de las consecuencias de esto es que, cuando los países occidentales emprenden acciones militares, se justifican con términos retóricos como «defensa»

y «necesidad lamentable» y no con palabras como «gloria» u «honor nacional». Igualmente en estas sociedades, sobre todo en las fases neo y poscolonial recientes, la maximización de la prosperidad económica por medios pacíficos y no por la conquista y la explotación violenta de la mano de obra tiende a ser un
objetivo incuestionable de la vida política doméstica.
Esto no supone negar la implicación continuada de grupos específicos de estas sociedades, incluyendo los grupos gubernamentales, en el comercio internacional de las armas y en la explotación violenta. Hay que subrayar que existe una tendencia a llevar tales actividades en la clandestinidad, y que son objeto de vergüenza política cuando salen a la luz. Pero, con independencia del grado de fuerza que tenga este razonamiento, es indiscutible que la tendencia al pensamiento económico está muy arraigado en el Occidente moderno y que una de sus consecuencias indeseables es que los sociólogos asignan un grado inferior al estudio del deporte, porque muchos consideran que el deporte es «trivial», «improductivo» o una «pérdida de tiempo».
Los procesos de la civilización también contribuyen a que prevalezca el pensamiento dual en las sociedades occidentales y en la sociología. Esto se consigue obligando a mucha gente a tener una experiencia del yo que Elias llama la experiencia del Horno clausus socialmente distanciado y no la experiencia de ser uno más de los Hornines aperti, personas abiertas que viven en un contexto de pluralidades e interdependencias desde el comienzo hasta el final de sus vidas (Elias, 1978: 119 y sigs.).
Según Elias, los controles sociales asumidos como autocontroles en el curso de un proceso civilizador tienden a sentirse como una barrera interna entre la «racionalidad» y los «sentimientos», y como una barrera entre el yo y los demás. Es decir, el Horno clausus tiene una experiencia del yo como de un yo aislado y distanciado que posee una mente experimentada como algo separado del cuerpo y de los otros seres humanos con los que mantiene una interdependencia inextricable. Junto con la tendencia a caer en el pensamiento economista, la experiencia del yo del Horno clausus contribuye a asignar un grado inferior al eswdio del deporte en la sociología convencional porque estas tendencias llevan a que el deporte sea valorado negativamente dentro de un complejo de dicotomías superpuestas, por ejemplo, entre trabajo y ocio, mente y cuerpo, seriedad y alegría. Como resultado, a pesar de su importancia manifiesta como
tran las distintas medidas de las que hablé antes, no se considera que el deporte genere problemas sociológicos de importancia comparable a los asociados con el trabajo serio de la vida económica, política y doméstica o incluso a los de- aspectos del ocio como las artes. Es decir, el valor del deporte tiende a mfravalorarse incluso como actividad de ocio, porque se percibe como una actividad de carácter fi’sico que no implica las funciones supuestamente superiores de la mente y la estética.

La sociología del deporte como un campo de controversias
Algún paso se ha avanzado en la sociología convencional de Gran Bretaña en los últimos años sobre la enseñanza y estudio de un tema relacionado con el deporte: el hooliganismo en el fútbol. Este avance ha estado relacionado con el aumento de este fenómeno en Gran Bretaña hasta adquirir el grado de problema social. El que ningún otro problema del ámbito deportivo haya alcanzado una importancia sociopolítica similar ayuda a explicar el estatus único, aunque marginal, del hooliganismo como objeto de estudio dentro de la sociología convencional.
No obstante, hay una o dos áreas donde podría haberse esperado un avance, en especial entre los sociólogos de la religión y la educación. Aludí antes a algunas razones por las que podrían esperarse estudios sobre el deporte bajo la rúbrica de la sociología de la religión. Que podríamos haber esperado tales estudios dentro de la sociología de la educación lo sugiere el hecho de que la educación fisica sea una asignatura en las escuelas con cierta importancia y el que los deportes hayan sido tradicionalmente uno de los vehículos principales de interacción entre escuelas.
A pesar de las investigaciones pioneras sobre la educación fisica que han realizado estudiosos como John Evans (1993), el que los estudios sobre el deporte tengan un papel marginal en los libros y cursos convencionales sobre la sociología de la educación aporta un nuevo testimonio del grado en que ésta y su plan de estudios han estado en manos de fines ideológicos y no científicos. Sin embargo, el campo principal donde el nivel es mejor es la sociología sexista. Esto se debe a que, como subrayé antes, el deporte se ha convertido en uno de los puntos principales en las sociedades modernas donde se inculcan y se expresan los valores masculinos tradicionales y, junto con la participación cada vez mayor de la mujer, uno de los puntos clave de la lucha de sexos. De lo cual se deduce que el deporte debería figurar entre otros temas como el trabajo, la política, la educación y la familia en textos y cursos sobre la sociología sexista. En este caso, la tendencia ideológica contra el deporte parece haber contribuido a arrinconar una de las áreas de la vida social más cruciales por lo que a los temas sexistas se refiere.
Es importante subrayar que este debate se relaciona con el estatus de la sociología del deporte respecto al tema ma4re, y no con la sociología del deporte per se. Esta subdisciplina ha experimentado un crecimiento poco notable drante los últimos 30 años. Para explicarlo, Rojek (1992: 2) se refiere a lo que él llama «el crecimiento económico del sector de los deportes y el ocio». La expansión de la «industria del ocio» —sugiere ci autor— ha multiplicado las ofertas de empleo y ha elevado el estatus del deporte y el ocio en la vida social. Esto ha ido ligado a cambios más amplios como el declive de la centralidad del trabajo co-

mo medio de autorrealización y la difusión de la idea de que es un medio para fJLanciar el tiempo libre. Este razonamiento es convincente excepto por dejar de lado que una de las consecuencias del feminismo ha sido aumentar la centralidad de la carrera profesional de las mujeres, al mismo tiempo que algunos sociólogos (como Gorz) argüían que el trabajo estaba declinando como interés central en la vida.
En resumen, este razonamiento contiene elementos «machistas», y me parece que Rojek se olvida de algo importante, a saber, el grado en que la sociología del deporte, si no la sociología del ocio, es una especialidad que se ha desarrollado sobre todo en la educación física y no en el ámbito de los padres. No quiero decir que tenga un sentido enteramente negativo, pero vale la pena preguntarse qué sería de la sociología de la medicina si hubiera sido desarrollada sobre todo por médicos, o de la sociología del derecho de haber estado en manos de abogados. En el prefacio de mi libro anterior, escribí:
[La sociología del deporte] es en gran parte creación de los educadores fisicos, un grupo de especialistas cuyo trabajo, debido al carácter práctico de su implicación en el área, carece a veces, en primer lugar, del grado de objetividad necesaria para obtener un análisis sociológico fruct(fero » en segundo lugar, lo que uno podría llamar un arraigo orgánico entre las preocupaciones de la sociología. Eç decir, mucho de lo que han escrito se centra sobre todo en problemas espeaficos de la educación fisica, la cultura fisica y el deporte, sin establecer conexiones sociales más generales. Además, suelen tener un carácter empírico.
(Dunning, en Elias y Dunning, 1986: 2)
Jenny Hargreaves (1992: 162) lo interpretó como la afirmación de que el trabajo de los educadores fisicos tenía una categoría inferior dentro de la sociología del deporte. Sin embargo, no era esa mi intención. El trabajo empírico tiene cierto valor, aunque sólo es aparente cuando se interpreta en términos teóricos. Por la misma razón, el trabajo teórico, aunque esté arraigado en las preocupaciones centrales de la sociología, puede carecer de valor, sobre todo si se orienta más hacia temas ideológicos que a aumentar el conocimiento, o se abstrae y orienta hacia esos temas metafisicos que son vitales para muchos filósofos.
En la línea de nuestros intereses, sigo opinando que gran parte de los estudios de la sociología del deporte siguen siendo empíricos. No obstante, aunque su naturaleza empírica les dote de cierto grado de validez, es menos apropiada para los años noventa que para las décadas de 1960 y 1970. Tomemos un par de ejemplos en Gran Bretaña donde esto se manifiesta con claridad, a saber, en la obra de John Evans (1993) y en la de Jenny Hargreaves (1994).

A mi juicio, la sociología del deporte se ha convertido recientemente en una de las áreas más activas. Un elemento central de su efervescencia es que esta subdisciplina ha terminado siendo un terreno de controversia para los defensores de los principales paradigmas sociológicos. Hay ahora en la sociología del deporte ofertas funcionalistas, interaccionistas simbólicas, weberianas, figuracionales y variantes de los métodos feminista y marxista. Finalmente, el postestructuralismo y el posmodernismo se han sumado a lo que, parafraseando a ‘William James, podríamos llamar «un florecimiento, una confusión borboteante».
Es una situación potencialmente beneficiosa para el desarrollo, pero plagada de peligros, sobre todo el de que los partidarios de los distintos paradigmas tergiversen las posiciones de sus contrincantes, contribuyendo así a que el debate sea menos fructífero y derive en un conflicto destructivo. Es el caso de la sociología figuracional del deporte —de la cual este libro trata de ser una contribución—, que con frecuencia se ha malinterpretado.7 A su vez, no hay duda de que los sociólogos figuracionales han tergiversado el trabajo de otros. Con la esperanza de contribuir con un estudio basado en un debate bien asesorado, daré término a esta introducción planteando los principios centrales de la sociología figuracional y presentando este libro como un ejemplo de este enfoque.
La sociología figuracional y la sociología del deporte
El enfoque «figuracional» de la sociología fue iniciado por Norbert Elias. Es un enfoque que se centra, por encima de todo, en los procesos sociales e interdependencias o «configuraciones». Explicaré el significado de estos términos más tarde y pondré ejemplos a lo largo de todo el libro de lo que considero su utilidad sociológica. Por el momento, me aferraré a alguna de las características generales del método figuracional, sobre todo al hecho de que trata de lograr una síntesis en al menos dos sentidos.
El primero de estos dos sentidos es que la sociología figuracional se ocupa del estudio de los vínculos entre la biología, la psicología, la sociología y la historia de los seres humanos. Se basa fundamentalmente en el reconocimiento de que la evolución ha equipado biológicamente a los seres humanos como seres sociales, por encima de todo como una especie que genera, aprende y usa símbolos, lo cual posibilita acrecentar los conocimientos dentro de las sociedades y culturas, y permite su desarrollo y cambio.
Por supuesto, el saber puede olvidarse, y las sociedades pueden sufrir una «regresión», pero esto es menos importante para lo que aquí nos ocupa que el que la sociología figuracional reconozca lo que llamamos «historia», tanto si implica <(progreso» o ((regresión» o una combinación simultánea de ambos, que depende en el fondo de que el proceso ciego y no planificado de la evolución
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ja equipado biologicamente a los seres humanos con capacidad para aprender u punto central destacado por Elias es que el término «evolución» debería restringir su uso al nivel biológico y que el de «desarrollo» es preferible utilizarlo como medio para establecer el carácter distintivo de los cambios socioculturales aprendidos. En palabras de Elias: « Un medio para establecer con claridad la distinción es limitar el término “evolución” como símbolo del proceso biológico log,wlo mediante la trasmisión de genes, y confinar el término “desarrollo” a una mtnsmisión simbólica intergeneracional en todas sus distintas formas» (Elias,
1991b: 23).
La importancia sociológica de esta perspectiva sintetizadora es considerable.
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