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EL MADRID ISLÁMICO. La fundación de Mayrit. En el verano del año 711, unos siete mil musulmanes al mando de Tarik cruzaron el Estrecho de Gibraltar con vistas a intervenir en la guerra civil visigoda al lado de los partidarios de Akhila. Tarik, estableció rápidamente una cabeza de puente en Gibraltar que pronto fue reforzada por otro caudillo musulmán, Muza. Esta fuerza expedicionaria musulmana –de unos doce mil hombres- entabló batalla con el último rey visigodo, Rodrigo, entre los ríos Guadalete y Barbate, al que vencieron fácilmente. Acto seguido, Tarik ocupó casi todas las ciudades de la Bética, entró triunfante en Toledo - capital del reino Visigodo- e inició un avance hacia el norte de las tropas musulmanas que durante veinte años, y al mando de sucesivos caudillos, consiguió llegar hasta Burdeos, Angulema y Tours, siendo únicamente frenados por Carlos Martel en Poitiers en octubre del año 732. Poitiers significó el inicio del retroceso de los árabes en Europa; en el 751 los francos ya situaron su frontera en los Pirineos, y sucesivas revueltas internas en el emirato cordobés hacen que los musulmanes abandonen las tierras del Duero, ocasión que aprovechará Alfonso I para adelantar las fronteras del reino asturiano. En el 756, Abd al-Rahman I se independiza de Damasco iniciando la andadura del emirato de Córdoba, que posteriormente, con Abd al-Rahman III se acabará convirtiendo en califato. Con Abd al-Rahman I se inició en Al-Andalus un periodo esplendor, pero a su muerte, sus sucesores tuvieron que hacer frente a numerosas revueltas internas como la de Toledo en el año 797, o la del arrabal de Córdoba en el 818, que fueron sofocadas con gran violencia. Esta era la situación que se encontró el Emir Muhammad I a la muerte de su padre Abd al-Rahman II en el año 852; un estado acuciado por las revueltas internas, en donde al mismo tiempo, se tenía que hacer frente al empuje de los reinos cristianos del norte. Durante el primer año del gobierno de Muhammad I la situación empeoró, ya que en el verano del 853 una nueva rebelión de Toledo, así como una ofensiva del rey asturiano Ordoño I, provocó el hundimiento de la frontera media del emirato. Ante esta situación, Muhammad I inició una política de reforzamiento de las fronteras septentrionales e interiores de Al-Andalus mediante la construcción o consolidación de plazas fuertes y fortalezas militares siguiendo una política militar bien planificada. En este contexto, entre el año 855 y el 866 se decidió proteger Toledo mediante la fundación de toda una serie de enclaves fortificados que rodearan la ciudad, tanto para protegerla de los ataques de los cristianos del norte, como para reprimir otra posible rebelión interna. Estos enclaves eran: Talavera de la Reina, Zorita de los Canes, Peñafora, Calatrava la Vieja, Talamanca del Jarama, y Madrid. El origen de Madrid, por tanto, no es otro que el de una simple fortaleza militar cuya única misión no era otra que reforzar el sistema defensivo de la submeseta meridional, controlando el camino que ya desde época de los romanos unía Mérida y Zaragoza por Toledo. Estructura Urbana El Madrid islámico estaba dotado de las tres condiciones que según Ibn Jaldun se necesitan para que una ciudad pueda durar; buen aprovisionamiento de agua, campos de cultivo y huertas que permitan su aprovisionamiento, y pastos y bosques para obtener ganado y madera. Además, para cumplir su función militar, era preciso un solar que ofreciera unas adecuadas prestaciones para su defensa, y las de Madrid eran inmejorables, pues se trataba de una terraza natural de 640-650 metros de altura, elevada 70 metros sobre el río Manzanares. En cuanto a la estructura urbana, tenía la estructura característica de los núcleos urbanos musulmanes; formada por Almudaina y Medina, su extensión no sobrepasaba las 17 hectáreas aproximadamente1. En cuanto a la Almudaina, (del árabe al-mudayna = ciudadela), era de planta cuadrada y estaba bien defendida por torres. Con una superficie de 7 hectáreas, estaba rodeada por una muralla defensiva realizada en sílex y piedra de cantería, presentando tres puertas de acceso; la de la Vega, la de Santa María, y la de la Sagra (o Xagra; topónimo de origen árabe que viene a significar campo de cereales). La almudaina sería el barrio noble de la ciudad, y aquí estaría asentado tanto Alcázar como la mezquita mayor. El Alcázar, sería un simple castillo de planta cuadrangular, y era la residencia del gobernador de la plaza (Cadí) y la sede del poder estatal. Según la interpretación tradicional estaría situado sobre lo que posteriormente fue el Alcázar de los Austrias y hoy es el Palacio Real; no obstante hay interpretaciones más recientes que lo ubicarían en la ladera norte de la calle Segovia. Delante del Alcázar se situaría una plaza de armas donde se reunía la tropa y también los vecinos cuando la necesidad lo requería. Aún hoy se llama plaza de la Armería. En cuanto a la mezquita (o aljama), seguramente fue construida en tiempos de Abderramán III. Estaría situada sobre la actual calle Mayor, esquina a la calle Bailén, y desde se púlpito se predicaba el sermón del viernes. Según la tradición, después de la conquista cristiana se convirtió en parroquia cristiana bajo la advocación de Santa María de la Almudena. La Almudaina madrileña que acabamos de describir, fue considerada por los cronistas árabes “como una de las mejores obras defensivas que existen”. Pese a ello, el Mayrit árabe no se librará de incursiones y saqueos por parte de los reyes cristianos como el llevado acabo por Ramiro II de León en 932 quien asedió y causó un gran destrozo en la ciudad. Por último, decir que lamentablemente no se conserva ningún resto ni del Alcázar ni de la mezquita. Lo único que queda en la actualidad de esta almudaina sería parte de la muralla que la envolvía, situada en la Cuesta de la Vega, y que fue descubierta por el arabista J. Oliver Asín en 1950, siendo declarada Monumento Nacional en 1954. No obstante, pasaron muchos años hasta que este monumento fue restaurado y consolidado, ya que no es hasta 1987 cuando es inaugurado en lo que a partir de ese momento se conoce como Parque del Emir Muhammad I. Debemos decir también que se conservaba otro lienzo de la muralla en lo que hoy sería el edificio de viviendas de la calle Bailén nº12; pero dichos restos se destruyeron en 1960 al construirse dicha casa, con el lamentable consentimiento de las autoridades municipales a las que poco importó que fuera Monumento Nacional desde 6 años antes. En cuanto al resto de la ciudad, la Medina, tenía unas 10 has. y estaba formado por dos barrios, uno de población musulmana y otro mozárabe articulado entorno a una pequeña iglesia que andando el tiempo se convertiría en la iglesia parroquial de San Andrés. Separados por el arroyo de San Pedro, estuvieron unidos por un puentecillo que fue conocido como al-cantarilla de San Pedro. Por último, decir que el cementerio, extramuros, estaría situado entorno a la zona de la actual plaza de la Cebada, como así atestiguan algunos documentos del siglo XVI. La organización social de Mayrit. Con todo lo dicho, la vida cotidiana y la organización social del Madrid islámico, debieron ser por tanto la propia de una fortaleza militar. Lo primero que habría que decir, es que como fortaleza militar, debió ser de las más importantes de su entorno, pues Madrid poseía la llamada Ribat, es decir, era punto de partida de la yihad -guerra Santa- hacia los territorios cristianos. Por ejemplo, está constatado que en el año 977 Madrid es testigo del encuentro entre las tropas de Almanzor y su suegro Galib para partir hacia el norte. Al ser por tanto una fortaleza de cierta entidad, su guarnición debió ser bastante numerosa, como así atestigua la Crónica de Sampiro al referirse a una emboscada que sufrieron las tropas castellanas a manos de numerosas tropas de Madrid. En cuanto a la estructura social del Madrid musulmán, como en todo Al-Andalus, tendríamos que destacar sobre todo la diversidad de los grupos y culturas coexistentes. Los musulmanes se dividían por un grupo minoritario de población árabe, seguido de otro más abundante de población bereber, y un tercero, cada vez más numeroso de muladíes o hispano-musulmanes. Después de los musulmanes estaría el grupo de los mozárabes, que sería un estrato de población de origen hispanorromano o visigodo, y que aunque vivían en territorio musulmán seguían profesando la religión cristiana. Este grupo social, cada vez fue más importante en Madrid, por lo que la artesanía y el comercio debieron ser ya actividades muy notables entorno al zoco, que podríamos situarlo entorno a la actual plaza de la Paja. Por último, decir que en el siglo XI se desintegró el Califato de Córdoba, y el territorio de Al-Andalus se fragmentó en lo que conocemos como los reinos Taifas. Madrid, perteneció en todo momento al reino taifa de Toledo, y desde 1062, se sometio junto con toda la comarca de Madrid a Fernando I pagándole parias. Y así estuvo hasta que aproximadamente en 1085 es conquistada por las tropas de Alfonso VI, pasando definitivamente a manos cristianas. El nombre Madrid. Mucho se ha escrito sobre el origen del nombre de Madrid, y tal y como en su día declaró Menéndez Pidal2, hoy en día sigue teniendo una difícil solución. En lo que si coinciden los autores es en la relación que hay entre el nombre Madrid, y la abundancia que del líquido elemento dicen las fuentes que había en su solar. Hoy en día, la teoría que manejan la mayoría de los autores es que el nombre de Madrid surge de la evolución de dos palabras, una latina y otra árabe, que más o menos se refieren a lo mismo. Según esta teoría, ya la primitiva aldea que existía en antes del establecimiento árabe era conocida como “Matrice”, palabra en latín vulgar que vendría a significar arroyo matriz, en referencia al que posteriormente será conocido como Arroyo de San Pedro; arroyo que discurría por lo que hoy sería la calle Segovia y que con el tiempo desapareció. Por otro lado, al llegar los musulmanes Madrid recibió un nuevo nombre: Mayrit. Esta palabra sería un compuesto del árabe Mayra -que vendría a significar algo así como “madre de agua”, “respiradero de agua”, o “sangradera de agua”- y del sufijo mozárabe it, que no es otra cosa que el sufijo latino [-etum], que tenía un sentido de abundancia. Madrid sería por tanto el lugar donde abunda la mayra, es decir, la madre de agua. En época musulmana, por tanto, la ciudad tuvo dos nombres, el latino Matrice, que seguía siendo utilizado por los mozárabes, y el árabe Mayrit. Por tanto, el origen de Madrid sería un híbrido entre el latín y el árabe que después de la conquista cristiana fue evolucionando (Magderit, Maydrid, Maiedrid) hasta llegar al Madrid actual. Conclusión (¿la hay?). ¿Qué conclusiones se pueden sacar de una ciudad de la que sólo queda un lienzo de muralla?; la respuesta no puede ser otra que unas conclusiones aproximadas e insuficientes, así como reconocer el mérito -y porque no, compadecer- a aquellos historiadores que investigan o han investigado sobre estas suposiciones (como Montero Vallejo, u Oliver Asín). Quizá la historia comparada nos pueda ayudar; esto es, estudiar otras fortalezas militares de la marca media que no han evolucionado como lo ha hecho Madrid, y en donde los arqueólogos puedan investigar y excavar sin toparse con el Palacio Real. Por último, seguro que nos puede ayudar para comprender mejor el Madrid árabe uno de los pocos documentos escritos por alguien que lo visitó. He aquí la descripción que al-Himiari hizo de Madrid: “Ciudad ilustre y noble de España. La fundó o reconstruyó el emir Muhammad ben Abd al-Rahman (es decir, Muhammad [I], hijo de Abderramán [II]). En Madrid se obtiene una arcilla blancuzca -como la piedra ollar- con la que se fabrican ollas que no se rompen ni resquebrajan cuando se ponen sobre el fuego, y apenas se altera lo que se cuece en ellas por mucho que suba la temperatura. El castillo de Madrid es majestuoso, y lo construyó el emir Muhammad, hijo de Abderramán. Recuerda Ben Haián [987-1076] en su crónica, que cuando fue excavado el foso por fuera de la muralla de Madrid, fueron encontrados por azar los restos de un animal enorme, cuya longitud alcanzaba los 51 codos [unos 23,5 metros] desde la coronilla de la cabeza hasta la punta de los pies. Fueron confirmados estos datos de puño y letra del cadí de Madrid. EVOLUCIÓN URBANA DE LA VILLA MEDIEVAL El Madrid cristiano En el año 1085 el rey Alfonso VI conquistó definitivamente el reino de Toledo y ciudades, castillos y fortalezas como Santa Olalla, Maqueda, Alamín, Canales, Talamanca, Uceda, Hita, Ribas, Guadalajara y el propio Madrid, capitularon sin oponer resistencia. Desde este momento, la ciudad y su tierra fueron integradas en el reino de Castilla como una villa de realengo o señorío del rey. Tras la conquista la población musulmana fue relegada a la Morería, es decir al antiguo barrio mozárabe, y las zonas habitadas por los cristianos se empezaron a organizar en distritos urbanos parroquiales o collaciones. Sin embargo, a diferencia de otros lugares conquistados que empezaban a controlar su territorio (alfoz), Madrid siguió desempeñando un papel fronterizo y militar de primer orden. Entre sus funciones se encontraba garantizar la repoblación y la explotación del territorio que se extendía hacia el río Tajo. De nuevo Madrid se encontraba en primera línea y dispuesta para la defensa de los ataques musulmanes. Y no era para menos, entre finales del siglo XI y las primeras décadas del siglo XII los almorávides protagonizaron feroces ofensivas contra Toledo y las fortalezas, ciudades y pueblos de su entorno. De hecho en el año 1109 la ciudad fue duramente asediada e incendiada. Con posterioridad, los almohades protagonizaron durante 41 años incursiones y aceifas contra la ciudad, siendo especialmente conocido el sitio del año 1197. Esta situación llevó a las autoridades de la villa a construir, ya bien entrado el siglo XII, un segundo recinto amurallado para salvaguardar los arrabales que se encontraban fuera de la ciudad. Con la victoria cristiana en las Navas de Tolosa del año 1212, la guerra de conquista se trasladó a la Submeseta Sur. Entonces Madrid perdió su función guerrera y pudo desarrollarse como una más de las ciudades del interior peninsular. Al ser una villa de realengo, los reyes contribuyeron al desarrollo de la ciudad con la concesión de numerosos privilegios. Ya Alfonso VII había establecido los límites de su territorio en 1152, que se extendía entre los ríos Guadarrama y Jarama; Alfonso VIII le otorgó su fuero en el año de 1202 y Fernando III amplió sus competencias en el 1222. También fue importante que los soberanos eligieran a Madrid para reunir las Cortes del reino de Castilla. Y es que Madrid tenía ventajas importantes sobre otras ciudades del reino. Contaba con un Alcázar, que poco a poco se fue transformando en una residencia cómoda para la realeza, y a su alrededor abundaba la caza, como por ejemplo en el Monte del Pardo. Todos estos acontecimientos contribuyeron a la prosperidad de la ciudad, y si en el siglo XII tenía una superficie de 33 hectáreas, a finales del siglo XV había alcanzado las 72 hectáreas y una población que rondaba los 12.000 habitantes. A lo largo de todo este proceso Madrid creció con la fundación de nuevos arrabales que desbordaron la muralla, y su tejido social y urbano se fue diversificando con la aparición de conventos y hospitales, casas nobiliarias, mercados y comercios, y una importante actividad artesanal que realizaban los gremios. La muralla cristiana Después de la conquista de la ciudad por Alfonso VI en el año 1085, Madrid no perdió su carácter militar por las frecuentes escaramuzas que se daban en la frontera. Esta situación propició, ya bien entrado el siglo XII, la construcción de un segundo recinto amurallado para integrar en la ciudad los antiguos arrabales. Este segundo recinto conocido como muralla cristiana envolvía una superficie de algo más de 33 hectáreas. Estaba formado por muros de 3 metros de anchura y torres de planta semicircular dispuestas cada 10 ó 15 metros. Fue realizada en mampostería de piedra caliza, sílex y argamasa, y no era igual en todo su trazado por los muchos años y esfuerzos económicos que se emplearon para su construcción. Contaba con un foso que seguía el perímetro de la muralla y que todavía podemos reconocer en el casco viejo de la ciudad a través de los nombres de algunas calles, como la Cava Baja, la Cava Alta y la Cava de San Miguel. De hecho la palabra cava significa zanja o foso de una fortificación. Tenía cuatro puertas de acceso llamadas de Balnadú, de Moros, Cerrada y de Guadalajara, las tres primeras de un sólo eje, similares a las puertas de la muralla árabe, y la última, la de Guadalajara, presentaba una estructura en recodo. Algunos restos de la muralla cristiana se conservan entorno a las calles de los Mancebos, del Almendro, Cava Baja, Mesón de Paños y de la Escalinata. Crecimiento desorganizado Durante la Baja Edad Media, Madrid experimentó un crecimiento urbano natural hacia el este por el antiguo camino de Alcalá, es decir, siguiendo lo que hoy es la calle Mayor hasta su encuentro con la Puerta del Sol. Que el crecimiento natural fuera en esta dirección se debió a la propia orografía de la ciudad, pues al sur se encontraba el barranco de la actual calle de Segovia, al oeste se encontraba el río Manzanares, y en el norte el foso que había formado el antiguo arroyo del Arenal. El desarrollo urbano del Madrid medieval no tuvo la misma intensidad durante los siglos IX y XV y las pautas de crecimiento estuvieron relacionadas con las funciones de la ciudad. Entre los siglos IX y XII Madrid creció muy poco porque seguía siendo una fortaleza de frontera en estado permanente de alerta. Si durante la dominación árabe la ciudad alcanzó una extensión de 17 hectáreas de superficie, con la construcción de la muralla cristiana en el siglo XII alcanzó una superficie de 33 hectáreas, si bien tan sólo 20 comprendían el espacio urbanizado. Esto quiere decir que aunque la ciudad había aumentado su perímetro defensivo en 16 hectáreas, para proteger los antiguos arrabales de la época árabe, el caserío tan sólo había crecido 3 hectáreas. Aún así, Alfonso VI alentó la repoblación de Madrid con la fundación del convento cluniacense de San Martín, a las afueras de la ciudad. Este convento se convertiría en el embrión del arrabal de san Martín, el primer arrabal cristiano que se formó en la ciudad. Entre los siglos XIII y XV la ciudad creció notablemente como consecuencia de perder su función guerrera. Y es que la victoria de Alfonso VIII en las Navas de Tolosa (1212) permitió alejar las hostilidades hacia Andalucía y las ciudades del interior, como Madrid, se pudieron desarrollar. De este modo, en el siglo XIII se fundaron a las afueras de la ciudad los conventos de San Francisco (1217) y de Santo Domingo (1218), y se fueron ocupando los espacios que quedaban dentro del perímetro amurallado. A este desarrollo urbano contribuyeron los distintos privilegios que los monarcas fueron concediendo a la villa, las repetidas celebraciones de las Cortes castellanas, y las cada vez más numerosas estancias de los soberanos en el Alcázar madrileño. Al finalizar el siglo XIV nos encontramos con una ciudad que se ha ido extendiendo hacia el este, siguiendo el camino de Alcalá, con un caserío desordenado que se sigue adaptando a la red caminera del entorno y a la orografía del terreno. También son de estos momentos los dos nuevos arrabales de San Ginés y de Santa Cruz, que surgen entorno a las actuales calles del Arenal y de Atocha. En la centuria siguiente se ocuparon los huecos que quedaban entre las cavas de la muralla, los que quedaban entre los arrabales de San Martín, San Ginés y Santa Cruz, y también se ocuparon los espacios vacíos de las cabeceras de los caminos de Alcalá, Atocha y Toledo. A finales del siglo XV, y a pesar de los episodios de destrucción que se registraron durante la guerra civil de 1474-1479, el crecimiento urbano había sido de tal magnitud que ya no quedaban espacios libres dentro de la ciudad para poder edificar. Las nuevas casas tuvieron que construirse en los pocos espacios vacíos que quedaban extramuros de la ciudad y junto a las cabeceras de los caminos. En 1535 Madrid había alcanzado una superficie de 72 hectáreas. Estructura viaria del Madrid medieval Ya hemos apuntado que la ciudad del siglo XII alcanzó 33 hectáreas de superficie una vez que se construyó la muralla cristina, y también hemos apuntado que no toda la morfología del casco era trama urbana. Así, gran parte de la vaguada de la calle de Segovia era suelo agrícola y las amplias zonas que constituían el Alcázar, el Campo del Rey y el espacio inmediato intramuros de la ciudad estaban destinados a usos militares y defensivos. Las edificaciones y el trazado viario de las calles sólo alcanzaban una extensión de 20 hectáreas de superficie urbanizada. El trazado viario contaba con varios ejes principales que ponían en comunicación distintas puertas de la muralla, siendo el más importante el que comunicaba las puertas de Guadalajara y de Santa María. Con el paso del tiempo este eje se convirtió en las calles llamadas de la Almudena, Platerías -hoy Mayor- y la plaza de El Salvador –hoy plaza de la Villa-. El resto de la retícula era muy irregular, herencia de los árabes, y había algunos espacios públicos como las plazas de la Paja, de Santiago y de Santa María. Las puertas de la muralla del siglo XII conectaban con la red caminera del entorno. Por la puerta de Guadalajara se accedía al camino de Alcalá y Guadalajara; por la de Toledo a su camino homónimo; por la puerta Cerrada al camino de Atocha y Alcalá; por la puerta de la Vega se accedía al camino que conducía al río Manzanares y sus huertas; y por la puerta de Balnadú se accedía al camino que conducía a la sierra. En el siglo XIII nos encontramos con una ciudad que se va consolidando y en la que se observan formas de ocupación diferentes: el coso, arrabal, villa y mercado. Además se va produciendo una mayor diferenciación social con la aparición de nuevos conventos como el de San Francisco y el de Santo Domingo. Durante el siglo XIV se mantendrán las mismas formas de ocupación, si bien la zona de la periferia crecerá notablemente pues aparecen en estos momentos los arrabales de San Ginés y de Santa Cruz. Los espacios existentes entre los arrabales fueron utilizados entonces como muladares o basureros. En el siglo XV la ocupación del espacio estuvo promovida por el concejo madrileño, cediendo solares de los arrabales a musulmanes y judíos. El interior de la ciudad, por el contrario, fue tomando un aspecto más señorial con la construcción de caserones con torres y portadas, como la conocida Casa de los Lujanes de la plaza de la Villa. También aparecieron nuevas fundaciones monásticas como el Convento de Santa Clara (1460). La plaza del Arrabal también se formó en el siglo XV, entre los arrabales de San Ginés y Santa Cruz, sobre un solar espacioso e irregular que antes había sido una laguna. De la plaza del Arrabal, transformada en el siglo XVII en la plaza Mayor, partían los caminos de Toledo y Atocha, y a finales de la Edad Media se convirtió en el principal mercado de la ciudad, junto al de la plaza de El Salvador –hoy plaza de la Villa-. Los Reyes Católicos ordenaron el espacio urbano de la plaza del Arrabal (1480) y bajo su reinado se fundaron nuevas instituciones como los monasterios de la Concepción Jerónima (1509), la Concepción Francisca (1512), el hospital de la Latina (1499), todos ellos fundados por Beatriz Galindo; junto a otros templos como el Monasterio de San Jerónimo el Real, que establecido en 1464 en la orilla del río Manzanares, se trasladó a las inmediaciones de la ciudad en 1503. Ya entrado el siglo XVI se fundó junto a la Puerta del Sol el hospital del Buen Suceso (1529) y se construyeron nuevas casas señoriales como la de los Vargas y los Coallas. Los arrabales De forma similar a otras ciudades medievales, el crecimiento urbano madrileño estuvo principalmente desempeñado por la formación, entre los siglos XII y XIV, de tres arrabales a las afueras de la ciudad. El arrabal de San Martín surgió a raíz de la fundación del Convento benedictino de San Martín, por un privilegio dado por Alfonso VI a finales del siglo XI, y su edificación fue posible por un privilegio de carta puebla que otorgó Alfonso VII a los monjes del convento en el año 1125. Atendiendo a los límites territoriales que establecía dicha carta se urbanizó el entorno del convento a lo largo del siglo XII. En un principio la ciudad no tuvo potestad sobre el arrabal de San Martín, pues su gobierno y control dependían directamente del monasterio. Los arrabales de San Ginés y Santa Cruz surgieron en el siglo XIV junto al arroyo del arenal y el camino de atocha, respectivamente. Estos dos nuevos arrabales tuvieron como embrión dos ermitas primitivas, las futuras parroquias de San Ginés y de Santa Cruz que todavía hoy podemos localizar en el casco antiguo. Estos arrabales tuvieron un rápido desarrollo urbano y la disposición de su caserío, adaptada a la orografía del terreno, fue similar a la que se produjo en el arrabal de San Martín, con la disposición de dos calles ortogonales entre sí y un murete que envolvía su perímetro y conectaba con la red caminera del entorno a través de puertas. Por razones fiscales todos los arrabales fueron integrados en la ciudad con la construcción de una cerca. Conocida como cerca de Enrique IV, se desconoce la fecha exacta de su construcción, en todo caso posterior a 1463, y también se desconoce su itinerario preciso. Sólo se conocen los nombres de sus puertas: de Toledo, Atocha, del Sol, Postigo de San Martín y de Santo Domingo. Precisamente, las plazas de Santo Domingo y de la Puerta del Sol, tomaron el nombre de las puertas de esta cerca. |